En estos días en los que el país atraviesa otra crisis, esta vez política, muchos académicos, analistas, columnistas, políticos han iniciado una cruzada de diálogos tratando de buscar las causas del problema. Algunos atribuyen el origen a las fallas que tiene la Ley de partidos políticos, enfocando la propuesta a una reforma completa que traería como resultado un cambio al sistema político en general. Otros van más al fondo, exteriorizando que es un problema estructural, el modelo económico implantado en la colonia durante la conquista, consolidado en la supuesta independencia, cuyas características son la apropiación de la tierra, de los recursos del Estado, la privatización de bienes públicos, la concentración de la riqueza, la desigualdad marcada en la aplicación de justicia, un supuesto Estado de derecho en donde la aplicación de la ley para el poderoso es una y para el ciudadano común es otra.
Ambos pueden tener razón. Y faltan causas, desde una perspectiva global hay mucho que abonar al debate. Sin embargo, todo lo anterior podemos resumirlo en el modelo educativo. Pero pocos centran la atención en la educación. Durante un diálogo organizado por el Grupo Gestor de Quetzaltenango, varios participantes coincidieron con lo escrito anteriormente, pero uno de ellos, no nacido en Guatemala, residente en el territorio, afirma que el problema es la falta de un pensamiento crítico. Los guatemaltecos, no todos, solo repiten lo que escuchan, son incapaces de reflexionar sobre la realidad que viven, no se informan, siguen patrones de comportamiento creados por los medios de comunicación, hoy por las redes sociales. Por tanto, no causa sorpresa que cada cuatro años se vote por la continuidad. El mismo sistema político reproducido por diferentes actores, pero con el mismo objetivo perverso, “mantener las condiciones para que los que se apoderaron de Guatemala y la han convertido en su finca sigan obteniendo beneficios».
En las escuelas y colegios, desde niños hasta finalizar el bachillerato, se les corta toda posibilidad a los jóvenes de pensar, se mata la creatividad incluso en el hogar, se les enseña a seguir órdenes. En las universidades se reproduce el mismo esquema, sin excepción, el que piensa pierde y seguramente no se gradúa, y es lo mismo con profesores de izquierda y de derecha, pocos están preparados para el debate académico a lo interno de las aulas. Los que se atreven a ir contra la corriente son atacados, perseguidos y finalmente excluidos. De esa forma tenemos profesionales aptos para mantener el status quo. Las iglesias han encontrado en estos ciudadanos el espacio ideal para manipular su mente, con la creencia de que es voluntad de Dios lo que pasa en Guatemala, al grado de decir que el presidente Jimmy Morales es el ungido, por tanto debemos mantenerlo en el puesto.
Sin un cambio en el modelo educativo a todo nivel, poco podemos esperar de las manifestaciones, más que la indignación de ver cómo se roban indiscriminadamente los recursos y mantienen en la pobreza a la mayoría de la población, utilizando frases como: Para cambiar el país primero cambia tú.
Con la idea de que los ciudadanos también en algún momento han transgredido la ley no tienen derecho de llamar “corrupto” a las autoridades.
Los guatemaltecos no debemos esperar un cambio inmediato luego de una manifestación, por muy masiva que sea, debemos seguir luchando y hacerlo si es necesario todos los sábados, hasta que se cumplan las demandas mínimas que permitan iniciar con el camino a un futuro mejor. La verdadera transformación social y económica desde las estructuras conlleva por lo menos dos generaciones, lo importante es iniciar en esta, porque es nuestra responsabilidad.
Profesor universitario, académico, profesional de las Ciencias Económicas.