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Bailar a pesar de la crisis

septiembre 18 2017, 12:31 Marvin S. García

PACH’UNEL TZIJ

La cita estaba pactada y anunciada, 13 de septiembre de 2017, desde un mes antes se hacía oficial y la ciudad se iba inundando de publicidad, la emoción y el delirio de todos era cada vez más grande, no era como esos anuncios del carro imposible de comprar, de la familia exitosa o del préstamo engañoso, no, esta vez lo que se anunciaba era simple y sencillamente la convocatoria a uno de los eventos que provoca el delirio colectivo en estos países olvidados por el resto del mundo, las entradas se empezaron a vender, las radios colocaban en su programación las canciones que se han vuelto himnos, que se han vuelto oraciones sagradas, que se han vuelto parte de la historia, es decir, de la historia personal, que es la que al final vale; por segunda vez, la cumbia iba a ser el catalizador para las frustraciones y la euforia reprimida, los Ángeles Azules, desde México, desde Iztapalapa, desde ese lugar tan popular y famoso por su viacrucis en Semana Santa, nuevamente se presentaba en la ciudad, nosotros, tan acostumbrados a ver todo desde la televisión o el youtube, tendríamos la posibilidad de bailar con este grupo que ha sido el máximo referente de la cumbia en América Latina en los últimos 20 años, los Rolling Stones de Mesoamérica, sin lugar a duda.

Llegaba el día, y la ciudad extrañamente amaneció silenciosa y muy nublada, con la calma tensa que se da previo a esas cosas buenas o malas que uno sabe que van a pasar, días antes se había registrado uno de los temblores más fuertes y largos que la historia de esta región da cuenta, y por la cabeza de todos luego del susto, nació la intriga de saber si seguía o no en pie el concierto, milagrosamente, muy pocos fueron los daños y el concierto se llevó a cabo, a lo mejor la tierra también preparaba el cuerpo, a lo mejor a las placas tectónicas también les gusta bailar la de «20 rosas».

Probablemente esa fecha, la del concierto, quedará marcada en la historia del país como uno de los días más nefastos, los diputados habían entregado el país a intereses oscuros, la indignación corría en redes sociales, de nuevo nos escupían la cara, de nuevo la tristeza de saberse parte de un Estado partido a la mitad, a pesar de eso, las filas aumentaban en las afueras del Estadio Mario Camposeco, y para eso de las ocho de la noche las cervezas se vendían a casi a la mitad de su precio. Grupo de amigas, parejas, familias enteras, la diversidad en su máxima expresión atendía el llamado de la cumbia, la lluvia también reclamaba su espacio, porque cayó un aguacero que, a pesar de su rudeza, no pudo con los más de siete mil asistentes que hacían uso de su derecho a divertirse, sí, a pesar de la tristeza, a pesar de la rabia, a pesar la crisis, a pesar de Guatemala.

Dice el gran Carlos Monsiváis que “un verdadero público lo es en serio y en grande, si hace lo mismo al mismo tiempo, si es disciplinado, si transforma su espontaneidad en protagonismo armónico”, y ese noche fuimos testigos de que la colectividad, el pueblo pues, sabe entregarse, todos moviéndose al mismo tiempo, llovió como si el cielo fuera a desprenderse, una tormenta eléctrica iluminaba el cielo, como si los rayos también hubieran sido parte de la iluminación de ese escenario al que todos veían con atención, nylons de todos colores, capas, sombrillas daban un particular toque al paisaje de ese espacio, que fue hace muchos años el centro de la capital k´iche´ previo a la llegada de los españoles y que esa noche se convirtió en una pista de baile inmensa.

Las luces se apagaron y, de pronto, las trompetas cual llamado a la guerra despertaron el instinto, y como si fuésemos capturados por un embrujo, la música se apoderó de todos, una especie de hipnosis colectiva, los pobres, nosotros los que nos la rifamos todos los días, los del sueldo mínimo, ahí juntos, reunidos, juntos en el ritual de los tambores, lo mejor de no saber bailar es que no hay nada que perder, así que eso era lo de menos, lo importante era mover el cuerpo, echar barrio, pasarla bien, si se hubiese terminado en ese momento el mundo, probablemente nos hubiéramos ido con una gran sonrisa, en esta ciudad tan carente de muchas cosas, incluidos los buenos espectáculos y la recreación, los Ángeles Azules hicieron por un momento olvidarnos de esas cosas que nos duelen, al final es el objetivo de la música, bailar porque no nos queda más, bailar porque sí, bailar a pesar de todo, durante una hora y media aquellas canciones que han sido parte de la cultura popular, es decir, de nuestra vida propia, abrieron una puerta para salir del tedio de la cotidianidad.

El 13 de septiembre de 2017 quedará marcado por las malas decisiones que siguen postergando la agonía de este país que tiene de todo, menos libertad, quedará para la indignación, otros día más en los que pasan cosas malas, estamos acostumbrados a las crisis, a los desastres, pero también quedará como el día en que pudimos bailar bajo la tormenta, el día en que nos mojamos los pies a puro bien ritmo, hicimos memoria, anécdota, ni los temblores detuvieron a la colectividad bailando, al pueblo, nosotros.

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Marvin S. García

Marvin S. García Director de Metáfora

Poeta, gestor cultural y editor de origen maya k´iche´, ha trabajado por más de 13 años en proyectos culturales en Centroamérica, escribe columnas de opinión en medios de Quetzaltenango y Guatemala, amante del Xelajú y las rocolas.

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