Día a día suceden acontecimientos positivos y negativos, que van dejando huella para la posteridad, unos son propiciados directa o indirectamente por el hombre, otros la naturaleza misma participa en ella, tal el caso de los terremotos, maremotos, etc.
A este respecto, decir 500 años da la sensación de algo importante, extraordinario; pues en ese orden de ideas, desde el siglo pasado –XX– se han venido conmemorando varios de estos acontecimientos, donde el hombre tuvo participación activa, entre ellos, el “descubrimiento” del continente americano, el invento de la imprenta, la primera publicación de la obra de caballería denominada Amadis de Gaula, entre otros. En el presente siglo –XXI–, sin duda celebraremos otros acontecimientos, sin embargo, hoy quiero referirme al acontecimiento que vino a revolucionar o a trastocar los cimientos de la Iglesia, me refiero a las 95 tesis clavadas por Martin Lutero en una de las puertas de la iglesia de Wittenberg, en Alemania, el 31 de octubre de 1517; no quiero pecar de teólogo, ni mucho menos para abordar este interesante y apasionado tema, lo hago a modo de reflexión, usando el sentido común.
La principal motivación que tuvo Martin Lutero –fraile católico, perteneciente a la orden de los Agustinos, nació el 10 de noviembre de 1483, años más tarde se cambió el apellido por Luther–, fue el cuestionamiento al poder y eficacia de las indulgencias. La indulgencia –indulgentia en latín– que significa, bondad, benevolencia, gracias, remisión, favor, se constituyó en doctrina para la Iglesia católica, la cual consistía en un principio, perdonar temporalmente los pecados, ya sea en vida o muerto, en el purgatorio, pero la “necesidad” económica de la Iglesia pervirtió y corrompió la venta de las indulgencias, lo cual motivó al fraile Lutero a enfrentarse contra la Iglesia católica. El dinero recaudado bajo el concepto de indulgencia fue a dar obviamente al Vaticano, que a su vez financió la construcción y/o restauración de la Basílica de San Pedro en Roma, entre otras cosas. Es importante acotar que Martin Lutero no tenía ni la más mínima intención de propiciar una división dentro de la Iglesia católica.
En el siglo actual las indulgencias aún persisten, obviamente no con ese nombre, ni solo en la Iglesia católica, sino en las demás religiones. Lamentablemente en los últimos años, la fe ha sido comercializada, de tal manera que no se instruye –predica–bajo la doctrina básica o elemental de la iglesia primitiva, o por lo menos, una doctrina de amor, misericordia, solidaridad, perdón, justicia y hermandad entre seres humanos; las enseñanzas o prédicas se fundamentan en la doctrina de la prosperidad, que enseñan algunos líderes religiosos –pastores, apóstoles, profetas–, bajo el ardid de que, si sembramos en abundancia, cosecharemos en abundancia, y de esa cuenta tendremos una vida económica más holgada, más próspera, olvidando meramente la relación social entre hermanos y/o vecinos, desvirtuándose la esencia de una vida cristiana apegada a principios y valores. Hoy por hoy, vemos megaiglesias, “artistas cristianos” cobrando mucho más dinero por sus presentaciones que los artistas seculares, pastores millonarios, mientras el 85 % de la población vive en pobreza y pobreza extrema.
No estoy diciendo que el cristiano para ir al cielo debe ser pobre económicamente, no, lo que no se debe permitir es que se manipule la fe de las personas. Mi sentido común me dice que, si quiero o deseo tener un nivel y calidad de vida buena, debo trabajar para tener esas prerrogativas; mi trabajo lo debo realizar siempre con ética profesional, sin descuidar bajo ninguna circunstancia la aplicación de principios y valores.
La responsabilidad espiritual de la Iglesia del siglo XXI debe estar íntimamente relacionada con la responsabilidad social, es decir, la Iglesia debe alzar la voz para rechazar la corrupción a todo nivel, y no ser parte de ella.
Contador público y auditor, docente universitario y ex alcalde comunitario.