Las diversas y particulares circunstancias actuales de nuestro país y de la sociedad en general, influyen en el estado de ánimo de muchos de nosotros. Las muertes violentas no paran en Xela. Varias familias están sufriendo las consecuencias de la violencia, y parece que las autoridades no hacen nada, y la vida sigue igual.
La realidad de nuestro país es muy preocupante. ¿Qué podemos hacer? Algunos dicen que no se puede hacer nada, porque no tenemos el poder en las manos. Yo les digo que sí se pueden generar cambios positivos en los organismos del Estado, en las empresas, en los hospitales, en los centros educativos y en el seno de las familias. Los grandes cambios positivos de una nación comienzan en la mente y en el corazón de personas nacidas en el seno de un hogar. Estos cambios deben tener como fundamento la verdad, la justicia y el amor.
Por esta razón, es importante el papel de la institución familiar en la educación y formación de la mente y el corazón de sus miembros. Ella es uno de los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos (Aparecida, 432) y del mundo entero. La familia es la primera escuela doméstica, es la primera formadora; por lo que debe asumir el papel que le corresponde. Porque los que se dedican a hacer daño en la sociedad han nacido en una familia.
Según las nuevas corrientes pedagógicas, no podemos seguir formando como hace veinte o treinta años. La mejor técnica para educar y formar a los hijos es el testimonio de vida y una comunicación asertiva. Para lograr esto, es necesario comenzar a desprogramar nuestro cerebro. ¿Qué hacemos cuando una computadora empieza a dar problemas? La enviamos al técnico para que la formatee o le cambie el disco duro; y si esto no es suficiente, se hace el esfuerzo de comprar una nueva.
La realidad de dolor y sufrimiento en la vida de miles de guatemaltecos afecta el “ser” de las personas. Ante este panorama desalentador, hay que hacer el esfuerzo para no caer al piso y quedarnos ahí tumbados. Es conveniente hacer el esfuerzo para que las crisis políticas, económicas, familiares, sociales y culturales de nuestro país no nos depriman y desanimen.
Razones para estar deprimidos hay muchas. Pero no permitamos que los bloqueos de carreteras, el alza de la canasta básica y las deudas nos boten al suelo. Todos estos “obstáculos” son oportunidades para el cambio. Aunque estemos viviendo los peores momentos de nuestra vida, no perdamos la fe y confianza en nosotros mismos y en Dios. Estoy seguro que esos tragos amargos de la vida son temporales, son pruebas que la misma vida nos permite experimentar para comprobar si confiamos o no en nosotros y en Dios.
Este panorama adverso debe motivarnos para seguir caminando en la vida con pasión, ilusión y responsabilidad. Según el principio de razón suficiente “todo tiene una razón de ser”. Hagamos de las situaciones difíciles de la vida una oportunidad para trascender.
Queridos lectores, inyectemos amor, paz, alegría, optimismo y positivismo a las personas que Dios ponga en nuestras manos todos los días. Nuestra responsabilidad es pulirlas y darles forma.
No tengamos miedo, nunca nos demos por vencidos, porque todo lo que sucede, sucede por algo. Cada acontecimiento que pasa en el mundo, en nuestro país, en nuestras instituciones públicas y privadas, en las familias, es una oportunidad para construir el éxito del día que se aproxima.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.