De pequeño me costaba leer el reloj de agujas, porque era muy difícil hacerlo.
Recuerdo algunas de las batallas para decir la hora, como las 12 menos cuarto; faltan 25 para las 6 o 7 para las 3. Mucho menos podía descifrar la forma que toma el tiempo en ese artículo redondo con dos palitos y su método para avanzar.
Con el tiempo aprendí.
Quizá Alice pasó por lo mismo cuando era pequeña, y quizá lo vuelve a vivir a sus 51 años, mientras está sentada a la par de un desconocido, en una casa desconocida, tratando de descifrar cómo se lee un reloj de agujas, hasta aceptar la vergüenza, como lo ha hecho muchas veces desde que fue diagnosticada con Alzheimer, y preguntarle al desconocido qué hora es.
Al saber qué hora es, concluye que ya es muy tarde y que debe irse a su casa; sin embargo, está en su casa y el desconocido es su esposo.
Alice olvida incluso que aquello es un reloj y que sirve para marcar el paso del mismo tiempo. Alice considera que es cuestión de otro poquito de tiempo antes de olvidarse de sus propios hijos, olvidar quién es e incluso qué es la misma vida. Piensa que no hay redención para ella, porque todo lo que ha construido con mucho esfuerzo se desmorona como un castillo de cartas.
Piensa que no hay redención para ella. Piensa que hay redención para todos, menos para ella, pero está equivocada.
Ya avanzado su Alzheimer, su hija le pide que escuche el guion para su próxima obra de teatro. Alice no entiende nada de la obra, le cuesta seguir el hilo porque ya no sabe el significado de las palabras, pese a que es doctora en Lingüística y Psicología, pero su alma inherente, firme, naturalmente humana, lucha a favor de la vida en medio de su condición.
Alice concentra su alma, intacta, más allá de las palabras. Mientras su hija lee, ve en ella la emoción de lo que está en la obra de teatro: desesperación, búsqueda, súplica de la verdad, aceptación, perdón, energía, alegría, y poco a poco se encuentra con ella y con la historia.
—¿Y bien? ¿Qué has sentido? —Pregunta la hija al terminar de leer.
Alice se pone a llorar y entonces encuentra su redención, lo eternamente atemporal, la genuinidad de su humanidad, su esencia misma y el olvido encuentra finalmente su límite:
—He sentido amor —dice Alice—. Hablabas del amor.
Lee la primera parte:
Lee la segunda parte:
José J. Guzmán (Quetzaltenango, 1993). Licenciado en Comunicación Social y estudiante de la licenciatura de Psicología. Más de 10 años de experiencia en medios de comunicación. Tiene un libro de poemas publicados: “La Escena Absoluta” (2012).