Vivimos en una sociedad en donde pareciera que es parte de la cultura el ser “chismoso” o “chismosa”. No nos preocupamos de nuestra propia vida, sino que estamos muy pendientes de la vida de los demás. Con esto no estoy diciendo que somos intocables y que no se pueda decir nada de alguien. Todo lo contrario. Es muy bonito que los demás se fijen en uno para valorar y potenciar las cualidades que nos son propias.
Pero hay una buena cantidad de gente que invierte mucho tiempo en estar metiendo su nariz donde no debe. Tienen la mala costumbre de andar metiéndose en todo, y no descansan de inventar y propagar cosas, que muchas veces no son ciertas. A estos tales se les recomienda que durante este tiempo de cuaresma le pongan un buen freno a su lengua. Porque usan su lengua para bendecir a Dios, pero también la usan para maldecir a sus hermanos.
De verdad, en la medida que cada uno trate la manera de frenar su lengua, creo que podemos convertirnos en instrumentos para construir una sociedad más humana. Algunas personas chismean por hábito; otras, por fastidiarle la vida a los otros.
Este mal hábito del crisme es propio de los humanos. Hay chismosos en las empresas, en las familias y en todo tipo de grupo. Incluso me atrevo a decir que hay culturas o pueblos que son más dados a no ponerle freno a su lengua, que otras. Hay un refrán que dice: “pueblo chico, infierno grande”. Es importante para una sana convivencia humana que cada uno se concentre en su vida y no tanto en la vida de los demás.
Dejemos que los otros hagan lo que quieran con su vida. No nos metamos en la vida de nadie. Tratemos a los demás como nosotros queremos ser tratados. No es sano ni justo pelar a los demás, sin que ellos tengan la oportunidad de defenderse.
Una característica del chismoso o chismosa es que supone muchas cosas de los demás. Tienen una mente brillante para agregarle más y más a pequeñas situaciones. Son muy creativos para fastidiar y meterse en lo que no les importa.
Estoy seguro que muchas de nuestras conversaciones de todos los días son sobre personas que no están con nosotros. Son conversaciones sobre personas que no pueden defenderse. Y les bajamos el pellejo. Lo peor es que inventamos un montón de cosas que no son ciertas. Pero ¿Nos importa la vida de los demás? ¿Nos pagan por hacerlo? Creo que no. Normalmente las personas chismosas hablan de los demás para hacerles daño y verlos mal. Esto no es ético ni cristiano. Pero el chisme es practicado por muchos que se llaman cristianos.
Algo positivo del chisme es que nos ayuda a tener una idea del terreno por donde estamos pisando. Por ejemplo, cuando uno llega a un trabajo nuevo, el hecho de escuchar previamente ciertos chismes, le ayuda a uno a tener una idea de lo que se va a encontrar en ese lugar de trabajo. Lo cierto es que el chisme es una acción deplorable e injusta.
Antes de chismear pensemos en el daño que le hacemos a las personas de quienes hablamos. “El hombre sin corazón denigra a su prójimo; el hombre prudente guarda silencio. El chismoso revela secretos; el que merece confianza guarda el secreto”, (Pr 11, 12-13).
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.