Cothenet (1988, págs. 5-8) en el libro San Pablo en su tiempo, dice que es muy probable que Pablo naciera alrededor del año 5 de la era cristiana, ya que en el momento de la lapidación de Esteban se le consideraba todavía como “joven” (Hch 7, 58). El buen conocimiento que tiene del griego hace pensar que pasó en la ciudad de Tarso hasta la adolescencia. Nació en el seno de una familia judía, de padre tejedor. Era de condición pudiente, ya que había recibido el privilegio tan deseado de la ciudadanía romana (Hch 22, 25-28). Además, hay que resaltar que, por haber nacido en Tarso, Pablo pertenece a la comunidad judía de la diáspora (dispersión). Durante toda la vida acudió a los oficios sinagogales.
El autor antes citado especifica que Tarso era una ciudad célebre por la fabricación del “cilicio”, una tela fuerte hecha de pelo de cabras para las tiendas de los nómadas. En el taller familiar Pablo aprendió aquel oficio que ejercitaría más tarde con satisfacción (Hch 18, 2-3; 20, 34). La ciudad contaba con unos 300,000 habitantes, entre los que se mezclaban, como en todos los puertos, los elementos más variados. Tarso era una ciudad universitaria.
En Hch 22, 3-16 Pablo afirma: soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, observante de la ley, perseguidor de la religión cristiana, metí a hombres y mujeres a la cárcel, pero en el camino hacia Damasco me envolvió una gran luz venida del cielo; y oí una voz que me decía: Saulo, ¿Por qué me persigues? Ante esta pregunta de Jesús Pablo le pregunta ¿Qué debo hacer Señor?
En Hch 9, 1-16 Lucas, narra la manera como Pablo se había convertido en un instrumento de persecución para los discípulos del Señor. Había asumido esta tarea de persecución con mucha seriedad. Sin embargo, en su camino hacia Damasco queda ciego, y Jesús le pregunta ¿por qué me persigues? Entra en la ciudad de Damasco, Ananías le impone las manos y recobra la vista. Y a partir de ese encuentro con Cristo “se puso a predicar afirmando que Jesús era Hijo de Dios”.
Ahora bien, para Schökel (2006, pág. 2191) en la Biblia de nuestro pueblo, dice que Pablo es un modelo de todo cristiano comprometido con el Evangelio. Fue una persona controvertida, siempre en el punto de mira de la polémica y que no dejaba indiferente a nadie. Fue amado y perseguido. La fe de Pablo en Jesús muerto y resucitado era lo que le impulsaba a predicar: “Creí y por eso hablé” (2 Co 4,13).
Lo cierto es que ese encuentro de Pablo de Tarso con Cristo cambió su vida. Hubo en Pablo un proceso de conversión de ciento ochenta grados. Si nosotros afirmamos que creemos en Cristo y que nos hemos encontrado con Él, entonces deben cambiar las bases de nuestra existencia. Hay que hacer el esfuerzo, como lo hizo Pablo, de reconocer quiénes somos. Posiblemente hemos utilizado ese espacio que tenemos dentro de la iglesia para complacer nuestros propios caprichos, y en cierta manera a perseguir a todo aquel que no avale o no esté de acuerdo con mi manera de pensar.
¿Qué tenemos qué hacer? Primero, aceptar que hemos fallado. Segundo, acercarnos a Cristo a través de sus sacramentos. Tercero, disciplinar nuestra vida, es decir, caer en la cuenta que en la iglesia hay que hacer lo que a uno muchas veces no le gusta hacer: ser obediente y respetar la autoridad la misma. Sólo así estaremos en condiciones de predicar el evangelio de Jesús. Sin conversión no hay una verdadera evangelización.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.