Estas deficiencias que presenta la educación superior han provocado que decaiga el nivel de formación, y que ahora se solicite en muchos casos un título de posgrado para obtener un empleo, positivo porque se exige cada vez mejor formación y en consecuencia mayor eficacia y eficiencia en el desarrollo de las labores; pero negativo si se analiza que le resta importancia al nivel de grado –licenciatura– y que los grupos sociales que enfrentan mayores problemas para desarrollarse profesionalmente a través de la educación universitaria, seguirán estando en desventaja por la necesidad de continuar su proceso formativo en un siguiente nivel. Por ello, se debe comprender que el acceso a la educación no necesariamente significa también calidad educativa; y que acciones como los procesos de admisión no son necesariamente sinónimo de exclusión.
La educación universitaria, en nuestra realidad, debe al menos formar profesionales con las habilidades técnicas en su campo para que puedan responder a las funciones que se le requieran cuando se encuentre en la actividad laboral; no desde una perspectiva utilitarista del ser humano, visto solo como un instrumento de producción, sino que tenga la capacidad para desarrollar las acciones básicas que le competen según su profesión.
En cuanto al aspecto ético y moral, deben las instituciones actuar en función de principios y valores, lo que permitirá al educando comprender que no se puede generar una mejor sociedad si no es a través de las buenas prácticas, impidiendo siempre que se valga de malos actos para lograr sus objetivos.
Sin duda, la capacidad crítica es algo que se va formando desde los primeros niveles educativos, por lo que no se le puede exigir por completo a las universidades, pero que tiene que ver con el conocimiento del entorno y con el contacto que haya tenido cada uno de los educandos con el mismo. A las casas de estudio les corresponde incentivar este proceso y facilitar los espacios –foros, actividades de discusión, resolución de los problemas de su entorno–.
Todos estos procesos tienen que desarrollarse bajo una filosofía más idealista que materialista, tomando en cuenta que esto permitirá propuestas sobro cómo debería ser y no cómo es, lo que conlleva a generar cambios en las estructuras sociales, con base en el postulado del pragmatismo moderno, que indica que no existe práctica sin teoría, pero tampoco teoría que no pretenda alcanzar una práctica.