La palabra “envidia” viene del latín invidia, que significa, “pesar o tristeza del bien ajeno”. Es ese deseo desordenado de obtener algo que posee otra persona y que uno no tiene. La persona envidiosa se molesta consigo misma, porque no tiene lo que los demás tienen y porque no ha logrado lo que los otros han alcanzado.
La persona envidiosa no se da cuenta de que ella es la responsable del resentimiento que siente de los demás. Bien dice el refrán: Es mejor provocar envidia, que sentir envidia. Si usted siente envidia por el éxito de los otros, no es feliz; si usted siente envidia por lo que los demás tienen y usted no tiene, tampoco es feliz. El envidioso vive frustrado, comienza un montón de cosas, pero nunca terminan nada; es vengativo, negativo y siempre está maquinando ideas para ponerle trampas a quienes ve como una amenaza. No soporta ver que un compañero de trabajo o estudio sea más pilas que él, porque se pone histérico.
La persona envidiosa se acostumbra a vivir en charcos de agua sucia, y se esfuerza por meter a los demás en su hábitat. Lo único que busca es derrumbar al que alcanza lo inalcanzable. Por lo tanto, usted debe ser inteligente, y no caer en las trampas que le pongan los envidiosos. Sea prudente y cauteloso. Esté pendiente de quien le envidia, porque ellos pueden ayudarle a tener más éxito en la vida.
Los envidiosos son como plagas de gusanos que carcomen los árboles. Son asesinos de virtudes. Tienen demasiada maldad en su corazón, y es esta maldad la que les motiva a matar los valores y virtudes de quien sobresale en la vida. Espero usted no esté acabando con la fe, esperanza y caridad de sus semejantes. Dios le pedirá cuentas de cada una de sus acciones.
Martín Lutero afirmaba: “tengo tres perros peligrosos: la ingratitud, la soberbia y la envida. Cuando muerden dejan una herida profunda”. ¿Lo han mordido alguna vez? Seguramente que sí ¿A cuántos ha mordido usted hasta la fecha? Deje de morder a los otros; invierta su tiempo en hacer el bien y evite el mal. No es fácil, pero en el nombre de Dios, lo imposible es posible. La “envidia es una declaración de inferioridad” (Napoleón I).
(Tierno, 2012, pág. 157) cita a Miguel de Unamuno, quien afirmaba, “la envida es hija de la superficialidad mental y de falta de grandes preocupaciones íntimas”. Agrega que la persona envidiosa tiende a compararse con los demás de forma negativa. Pero ¿por qué se compara? Se compara porque se siente inferior a uno mismo, se siente menos inteligente y cree que es más importante “tener” que “ser”.
Para eliminar este cáncer del género humano hay que reconocer con humildad que tenemos virtudes y defectos, y que las demás personas tienen talentos diferentes para alcanzar sus metas propuestas. Alegrémonos de los éxitos de los demás, y apoyémosles para que sigan cosechando triunfos. La persona envidiosa normalmente practica una filosofía de vida mediocre.
Si a su alrededor hay muchos que le envidian, alégrese; la envidia es una realidad que siempre estará en su vida, y es un síntoma de que va por buen camino. Porque cuando el río suena, es porque piedras trae. Cada vez que usted triunfa, surgen envidiosos instantáneos.
Si usted está siendo víctima de envidia, acérquese más a Dios. Si Dios está a su lado, nada ni nadie le podrá hacer daño. Pueden ponerle mil trampas, pero no caerá, porque Dios premia a quien se esfuerza cada día por hacer las casas con excelencia.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.