El tiempo de cuaresma inicia con el miércoles de ceniza y termina el Jueves Santo, excluyendo la misa de la Cena del Señor. Este tiempo tiene su fundamento en el Antiguo y Nuevo Testamento, puesto que cuarenta años esperó Israel en el desierto para poder entrar en la tierra prometida. Cuarenta días aguardó Moisés la manifestación de Dios en el Monte Sinaí; y cuarenta días ayunó Jesús en el desierto esperando la fortaleza del Espíritu Santo para poder cumplir la misión encomendada por el Padre.
Es un tiempo para meditar sobre nuestra realidad de pecado. Somos humanos, y por ende cometemos pecados a cada instante. El reconocimiento de nuestros pecados es el principio de un inicio de conversión integral. Pero no es suficiente sólo reconocer que somos pecadores, sino que hay que hacer algo más. Ese “algo más” consiste en hacer la decisión de cortar con aquellas realidades humanas que más nos alejan de Dios.
Revisemos un poco nuestra mente y corazón. Posiblemente tenemos que cambiar ideas que no nos ayudan a ponernos en camino hacia la resurrección de Jesús. Ideas como: no puedo, no se me queda, nadie me toma en cuenta, Dios no me escucha, etc., son pensamientos que no deben existir en nuestra vida. Cambiar esas ideas negativas por positivas puede ayudarnos a generar cambios sustanciales en nuestra vida.
¿Cómo está su corazón? Del corazón nace lo mejor, pero también puede surgir lo peor. Los sentimientos negativos como el odio, la envidia y el resentimiento en nada ayudan al ser humano. Es importante liberarse de ese tiempo de sentimientos. Es esencial que haya armonía entre los pensamientos, sentimientos y acciones.
Los tres medios que nos pueden ayudar a hacer un buen proceso de conversión son: el ayuno, la limosna y la oración. “El ayuno, la oración y la limosna, tal como los presenta Jesús en su predicación (Mt 6,1-18), son las condiciones y la expresión de nuestra conversión. La vía de la pobreza y de la privación (el ayuno), la mirada y los gestos de amor hacia el hombre herido (la limosna) y el diálogo filial con el Padre (la oración) nos permiten encarnar una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante”.
La cuaresma es un tiempo para raspar la mugre, la suciedad que hemos acumulado por mucho tiempo. Esa mugre puede estar reflejada en un duelo no superado, en baja estima, en pérdida del sentido por la vida y una actitud pesimista y negativa de la vida. Por muy cruel que parezca la vida, siempre hay motivaciones profundas para seguir adelante.
“En la Cuaresma, estemos más atentos a decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan, en lugar de palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian”, (Papa Francisco, Cuaresma 2021). Y esto se puede hacer en la familia, en el grupo y dondequiera que estemos.
Es un tiempo para volver a comenzar de nuevo y llenarnos de fortaleza en el Espíritu, para hacerle frente a los desafíos de la vida. A veces preferimos estar distraídos en otras cosas, para no encontrarnos con nosotros mismos. Encontrarse consigo mismo es el principio de un cambio integral de vida. “Nadie puede decir que ha vencido, si no ha luchado”, (San Agustín). Dios les bendiga.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.