Tratar de determinar y explicar los fines de la educación en el nivel superior, entendidos como los motivos por los cuales se ejecuta o lleva a cabo el proceso formativo, implica ver atrás y comprender antes de dónde se origina la educación en su escencia y cómo el educando ha accedido a ese nivel. Para ello es necesario conocer cuáles han sido los fines de la educación en los niveles anteriores; partir de esto permite a la universidad plantear el objeto de su actividad, qué debe aportar a quien ingresa a la misma y establecer un perfil de egresado.
Considerando, bajo la idea de la causalidad aristótelica, que todo tiene una causa y un efecto, la educación no escapa a ello, pero, ¿cuáles son esos fines que persigue, o en todo caso debería alcanzar? Sin ver al educando como un objeto, o un simple engranaje de la sociedad, sí se le tiene que formar con un objetivo colectivo, cierto es que cada quien tiene la libertad para alcanzar la plenitud de la manera que lo desee, esa libertad tiene límites ante otros conceptos más importantes: la dignidad, la igualidad y la justicia.
La condición individual del ser humano no debe apartarse, entonces, de su entorno y menos aún de la necesidad de que como miembro de la sociedad tenga que aportar al desarrollo de la misma. Bajo esa premisa inicial, los fines de la educación en general tienen que ir en función de la autorrealización del ser humano, según Maslow fin último en la pirámide de necesidades, pero también del desarrollo de una sociedad más digna, igualitaria y justa.
Sin embargo, para llegar a este tipo de conclusiones, se tiene que reflexionar sobre cuál es la razón de ser del ser humano, un cuestionamiento no menos sencillo de responder, abordado por diversos autores y que continúa siendo objeto de análisis. Lo anterior sirve para comprender que la educación es solo un espacio y aporte más para que el educando, visto como tal en este ámbito, alcance un fin superior, y no que la educación sea en sí un fin superior. Por ello la academia tiene que considerar, no cuáles son motivos para formar, sino qué es lo que motiva al ser para educarse.
Las razones del ser humano, que son muy diversas como el mismo hombre lo es, dan la idea de hacia dónde tiene que orientarse la educación y cuáles deben ser en realidad sus fines, más aún en la formación superior, que en muchos casos en nuestro medio es vista como una posibilidad a la que no todos tienen acceso, y que debería permitir al educando ser mejor -no entendido como superior- persona entre sus semejantes.
Por otra parte, para conocer los fines, también influyen las condiciones en las cuales se desarrolla el proceso educativo; los objetivos cambian con relación al entorno, principio básico administrativo. Ya decía Ortega y Gasset: Yo soy y mi circunstancia. Aun cuando los fines fundamentales tendrían que mantenerse, de formar a un ser humano, cada vez más humano y pensante, no se puede decir que la educación superior, por ejemplo, en Europa, persiga lo mismo que en Latinoamérica o en Asia, por hablar de continentes. No se plantea igual la educación en ese nivel en una democracia que frente a un gobierno absolutista. Los fines tampoco serán los mismos si se vive en un conflicto interno que si se dan las condiciones para que se cumplan los derechos fundamentales.
Todo esto plantea la idea, que algunas veces de manera lamentable, la educación responde a las circunstancias y se adecúa a las necesidades del momento, cambiando la manera en que es formado el educando.
Cuáles deben ser esos motivos de la educación superior, tienen en principio que responder a un ideal de hombre y a un ideal de sociedad; es decir, un concepto integrado y no uno simplista que vaya en función de un enfoque instrumentalista a través del cual el educando solo pretende alcanzar un grado superior de formación para mejorar sus condiciones de vida y las de su familia mediante un trabajo mejor remunerado.
La realidad, no obstante, es contraria a las condiciones de lo que se plantea, porque la educación superior ha perdido el sentido de los conceptos básicos propuestos al inicio de este texto, y ha pasado a ser parte de ese carácter instrumentalista de las instituciones, siendo uno de los fines principales la obtención de ganancias económicas, respondiendo en consecuencia a otros objetivos distintos a los que incluso consigna la Constitución Política de la República de Guatemala.
La educación superior tiene que ser el nivel que le permita al educando discutir sobre la realidad para cambiarla de forma positiva, formar una ideología acorde a los valores personales y de su casa de estudios, crear conocimiento y no solo repetirlo; no puede limitarse a la simple transmisión de información, porque eso podría suplirse con una educación autodidacta, la cual, indistintamente, siempre deben exigirse los educandos. Por ello, si se analiza con mayor profundidad, existen más motivos de la razón de ser de las instituciones de educación superior, una de las principales es ser un espacio para que confluyan personas de distintas condiciones, pero que busquen el mismo ideal de una sociedad más justa, equitativa y libre.
Muchos de los cambios, de hecho, tendrían que generarse desde las universidades, públicas o privadas, como cuna de ese pensamiento reflexivo y crítico, y no ser lugares desde donde se busque mantener el poder. Por ello, la educación superior debe ser para todos, pero para todos los que en verdad sean conscientes de la necesidad de formación para mejorar las condiciones de vida en el país y no para los que, carentes de valores, solo acuden sin un sentido o para corromper y entorpecer más la sociedad a través de la legitimidad de un título o pertenencia a una casa de estudios. En esto cabe reflexionar sobre la facilidad en el acceso a la educación superior y en consecuencia la calidad de la misma. Finalmente, este proceso formativo debe apuntar hacia la perfectibilidad del ser humano.