San Agustín de Hipona afirmaba que la conciencia es la VOX DEI, es decir, la voz de Dios. La conciencia es ese juez interno que nos hace emitir un juicio afirmativo o negativo acerca de las acciones que hacemos todos los días. La conciencia es esa que me dice: eso que hiciste está bien, o bien, eso que hiciste está mal. La celebración de la misa, en la iglesia católica, se inicia con un “examen de conciencia”: antes de participar en estos sagrados misterios, reconozcamos nuestros pecados. Y en la oración de Completas, que es la oración de la noche, también existe un examen de conciencia, que nos permite caer en la cuenta de la conducta asumida durante el día; esta conducta, pudo haber sido buena o mala.
Pero este examen de conciencia no es propiedad de estas dos horas litúrgicas ni de los consagrados y consagradas. Este examen de conciencia lo pueden hacer todos, en cualquier momento de la jornada. Este examen de conciencia permite que la persona reflexione en cuanto a la manera en que ha procedido en el desempeño de su vocación y/o profesión. A todos nos cae bien hacer ese examen de conciencia, para descubrir los aciertos y desaciertos de la vida.
No somos perfectos y no estamos exentos de cometer errores. Por lo que todos (consagrados y laicos) podemos hacer este ejercicio de conciencia, y así ver con más claridad en qué estamos bien y en qué nos hemos equivocado. Todos desempeñamos roles en las familias, en los grupos y en la sociedad en general. Pero no siempre actuamos bien. En más de alguna ocasión hemos procedido mal. Y la única manera de mejorar es hacer un breve alto, y enmendar las metidas de pata.
Si este alto para hacer un buen examen de conciencia lo hicieran los servidores públicos, ¡Otro gallo cantara! Qué acertado y ético sería que los políticos, los magistrados de las cortes de justicia, los diputados y cuanto funcionario existe en la sociedad guatemalteca, hiciera un alto en su vida y examinara su proceder como funcionario público. Por ejemplo, valdría la pena que los alcaldes y sus concejos municipales, hicieron un examen de conciencia, para poner las cartas sobre la mesa y ser más transparentes en su proceder y obrar. Obviamente, no lo van a hacer, porque no les conviene darse cuenta de lo injusto que son, comenzando con el salario que tienen asignado.
El objetivo del examen de conciencia es hacer mejoras continuas. Hacer un examen de conciencia y continuar en las mismas, no tiene ningún sentido. Por lo tanto, el examen de conciencia tiene como meta la transformación de la persona misma. En términos cristianos puede decirse que el fin del examen de conciencia es la conversión. Esa conversión tiene que comenzar en la mente. Si cambia la manera de pensar de una persona, el cambio emocional y actitudinal, son un hecho.
Entonces, no importando, el estado de vida y el trabajo que cada quien tenga: haga su examen de conciencia. ¿Estoy cumpliendo con mi horario de trabajo? ¿Estoy siendo honesto en la administración de los bienes materiales que tengo bajo mi responsabilidad? Lo que estoy haciendo ¿Me acerca o aleja de Dios? ¿Es lícito lo que hago? ¿Me conviene hacer lo que hago?
Pidamos a Dios la gracia de su Espíritu para que venga en ayuda nuestra. Somos seres frágiles y pecadores. Pero, con la gracia de Dios, podemos transformarnos y transformar a los demás.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.