Ante los constantes ataques a la dignidad de la persona; la indiferencia e incapacidad de nuestras autoridades de poner “una hasta aquí” a la violencia y delincuencia que acosa a los guatemaltecos, urge una “verdadera cultura de vida”. No es posible que nos levantemos cada día con el miedo de ser asaltados por quienes se dedican a hacer el mal a diestra y siniestra.
Los guatemaltecos tenemos que levantar la voz, usando los medios permitidos y adecuados, ante el salvajismo de los delincuentes que están hasta en los lugares más remotos de Guatemala. La cultura de muerte está a la orden del día: violan a las mujeres, asesinan, roban y abren carros, etc. Parece que “robar” se está convirtiendo en una costumbre para algunas personas. ¡Qué triste!
Hace algunos días, en una de las calles de Quetzaltenango, unos amigos vieron cómo asaltaban a un joven. Hace poco también, un “animal salvaje” casi mata a mi papá por reclamar lo que le había robado. Si la justicia humana es injusta, solo le pido a Dios que le dé a cada quien lo suyo, lo que merece.
En otra ocasión, saliendo de un centro comercial, observé cómo dos conductores se bajaron de su carro y se “agarraron a trompadas”. ¿No será esto ser cómplice de la cultura de muerte imperante en la sociedad actual?
Cada vez que usted piensa mal, que tiraniza desde el puesto que tiene, que dice palabras con fines destructivos, que amenaza y juzga sin misericordia a los demás, está siendo partícipe de la cultura de la muerte.
Los defensores del aborto, eutanasia, los suicidios, homicidios y toda clase de maldad, son la manifestación más evidente del mal en este mundo. Ante este panorama, ¿nos vamos a quedar callados?
¿En dónde se forma un ladrón, un asaltante, un corrupto, un asesino? En la familia. La familia tiene la gran responsabilidad de retomar su papel de “formadora” de sus miembros. Una cultura de muerte o de vida comienza en ese pequeño espacio. Por eso es indispensable que los padres de familia tengan una verdadera salud integral. No podrán enseñar a sus hijos los valores de: respeto, perdón, diálogo y de una necesaria relación con Dios, si ellos no les dan el ejemplo.
“La familia es la célula original de la vida social… la autoridad, la estabilidad y la vida de relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la libertad, de la igualdad, de la fraternidad en el seno de la sociedad. La familia es la comunidad en la que, desde la infancia, se pueden aprender los valores morales, se comienza a honrar a Dios y a usar bien de la libertad. La vida en familia es iniciación de la vida en sociedad”, (CIC. No. 2027). Claramente dice este texto, que la familia es el espacio en donde nos formamos en valores morales y espirituales.
Detrás de un buen ciudadano y ciudadana siempre hay un hogar con valores; y detrás de un corrupto, un delincuente, ladrón y mentiroso, hay una familia sin valores. Nadie puede dar lo que no tiene. No se le puede pedir peras al olmo, es decir, no se le puede pedir valores a una familia en donde los valores son un cero a la izquierda. El libro Vayan y Enseñen del Celam (2011: P. 34) afirma que los conceptos de verdad, fe, amor, justicia, respeto, libertad, responsabilidad, etc. se aprenden en la familia. Este documento agrega, “por el hecho de haberles dado la vida, los padres asumieron la responsabilidad de ofrecer a sus hijos condiciones favorables para su crecimiento y la grave obligación de educarlos. La sociedad ha de reconocerlos como los primeros y principales educadores. El deber de la educación familiar, como primera escuela de virtudes sociales, es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Este principio es irrenunciable”.
Los malos y buenos hábitos se asimilan en el hogar. Es recomendable que los padres de familia tomen conciencia de lo que significa traer hijos al mundo, y traten por todos los medios de formarlos en valores.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.