Todo ser humano tiene un recinto sagrado, un espacio en el que solo Dios puede entrar. Es en ese espacio en donde se establece un tribunal con el que se juzga a los demás, se condena y se hace pública la sentencia. Pero hay algo que viola ese recinto sagrado: la murmuración. Por medio de la murmuración se penetra en lo más íntimo del hombre y de la mujer, y se les destruye.
La murmuración es un robo, porque se le roba al “otro” algo que vale más que el dinero, se le está robando su intimidad. Cuando un jefe o una autoridad cualquiera intimida e inventa cosas de sus compañeros o trabajadores, es un auténtico murmurador, porque les está robando lo más íntimo a los suyos.
El murmurador es chismoso, mal pensado, desconfiado, paranoico y ladrón, porque siempre está buscando víctimas de su mal hábito. El murmurador lo envenena y ennegrece todo. Destruye y divide amistades, matrimonios, vocaciones y relaciones humanas sanas. “Roba con nocturnidad, porque lo hace a escondidas. Roba con hipocresía, pues es tenido por amigo. Con evidente premeditación, porque repite sistemáticamente ese robo indigno”, (Silvio José Fritzen).
El murmurador únicamente percibe errores y faltas. Solo ve la paja en el ojo ajeno, pero no ve la viga en el suyo. Su veneno destruye en poco tiempo, tanto a sus “disque”, amigos como a sus compañeros de trabajo. Dice el refrán, “calladito se ve más bonito”. Si de su boca no van a salir palabras constructivas y justas, no hable. Si no le consta, no hable.
El Diccionario de la Real Academia afirma que murmuración es una “conversación en perjuicio de un ausente”. En buen chapín serí,: “pelar a alguien a sus espaldas”. Cuando sienta algo de alguien, dígaselo cara a cara; caso contrario, guárdese sus comentarios. ¡Cuidado con la lengua! Con ella bendecimos a Dios, y con ella destruimos a los demás. El murmurador es una persona cobarde, porque no habla de frente las cosas; es de carácter muy pobre. ¿Por qué murmuramos? Por ingratitud y envidia, es decir, hablamos de lo que no tenemos y porque no nos gusta que los demás prosperen.
¿Qué hacer para no caer en la tentación de la murmuración? Primero, vea a los demás con ojos de misericordia. Segundo, cuando entre a un lugar donde se esté “pelando” a otro ser humano, retírese del mismo. Vale más prevenir que lamentar. La vida misma le devolverá los comentarios injustos que haya hecho en contra de los demás. Que toda palabra que sale de nuestra boca sea para hablar bien, para construir un mejor país, una mejor familia.
Cuenta la historia que un día se acercó a Sócrates un conocido suyo y le dijo:
¿Sabes lo que escuché acerca de un amigo tuyo? Sócrates le miró y replicó: Un momento, antes de decirme aquello que vienes a contarme, quisiera aplicarle un triple filtro a esa información. ¿Un triple filtro? Preguntó extrañado su conocido. Exacto. Antes de que hables sobre mi amigo será buena idea dedicar unos minutos a filtrar lo que me vas a decir. El primero de los tres filtros es el filtro de la verdad. Dime ¿Estás absolutamente seguro de que aquello que me vas a decir de mi amigo es verdad? No. Dijo el hombre. En realidad solo lo escuché. Bien, entonces no sabes realmente si lo que me vienes a decir es cierto o no. El segundo filtro es el filtro de la bondad. Dime ¿Es algo bueno eso que vienes a decirme de mi amigo? No, por el contrario. Entonces, añadió Sócrates, tú vienes a decirme algo malo sobre él, pero no estás seguro de que sea cierto. Veamos si lo que vienes a decirme pasa el tercer y último filtro. Este último filtro es el filtro de la utilidad. Dime ¿Es útil para mí eso que vienes a contarme de mi amigo? No, realmente no. Bien, concluyó Sócrates, si lo que vienes a decirme no sabes si es cierto, no es bueno y no me es útil ¿Para qué decírmelo?
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.