Hace algunos días, les decía a mis alumnos en la universidad que para Aristóteles (384-322 a. C.), la filosofía es la ciencia de las primeras causas y de los primeros principios. Y comencé a explicarles los cuatro tipos de causas de Aristóteles: material, formal, eficiente y final. La causa material tiene que ver con la materia con la cual están hechas las cosas; la formal, se refiere a la forma que tienen las cosas; la eficiente, hace referencia al autor de las cosas; y la final, se refiere a la finalidad que tienen las cosas.
En realidad, todo lo que existe tiene una causa final, excepto Dios, quien es causa sin causa y principio sin principio. Les preguntaba sobre la necesidad urgente de tener claro el fin de su vida en este mundo, y que para encontrarle sentido y rumbo a esta vida, era de vital importancia, descubrir el fin de la misma lo más pronto posible. Uno de ellos me preguntó que cuál era el fin de mi vida. Yo les respondí que el fin de mi vida en este mundo era servir, y que el servir me hace feliz.
Además de estos valores antes mencionados, considero también que el fin de la vida humana es “ora et labora” (San Benito Abad), es decir, orar y trabajar. Servir bien implica hacer un trabajo con excelencia; y cuando se hace un trabajo con excelencia, se es feliz y se disfruta más y mejor el regalo de la vida.
Ese es el sentido de pasar tantos años sentado en un aula, escuchando y haciendo apuntes. El sentido de pasar muchos años estudiando y aprendiendo un oficio, es que un día uno ponga en práctica lo aprendido de de los maestros y de las lecturas que se vayan haciendo en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Para trabajar con excelencia es importante prepararse y capacitarse. Para ser competente en un trabajo, se requiere esfuerzo. Y sólo una buena preparación y capacitación permite servir con excelencia a los demás.
Ahora bien, para prestar un servicio de calidad, es esencial estar en comunicación con Aquel que nos ha dado la vida. El diálogo con Dios es clave para servir a los demás. Como dice la madre Teresa de Calcuta: el que no sirve para servir, no sirve para vivir. Y es verdad. De nada sirve pasar tantos años en una institución educativa, si no se aprende el arte de servir con excelencia. Un ejemplo de servicio es Jesús, quien afirmaba de sí mismo: “no he venido a ser servido, sino a servir”, (Mt 20, 28).
Lo cierto es que es importante tener claro el fin de la existencia. ¿Por qué existe? ¿Para qué existe? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Cuál es el fin de la vida humana? Vale la pena responder estas preguntas. El saber cuál es la finalidad de la vida sirve para orientarse mejor en la misma. Y así se sabe dónde queda el Norte, el Sur, el Éste y el Oeste. Cuando no se sabe cuál es el fin de la existencia, es como ir caminando sin un rumbo claro y específico.
No hay que olvidar que todo lo existe tiene una finalidad. El fin de un perro es ser amigo del hombre y la mujer. El fin de una mascota cualquiera es brindarle protección y seguridad a su amo. El fin de la lluvia es empapar la tierra para que produzca frutos. Y si los seres minerales (como las piedras), vegetales (como las plantas) y animales tienen un fin, cuánto más el hombre y la mujer.
Nuestra finalidad en este mundo es trabajar, servir, orar y ser feliz. En términos teológicos, fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios; por lo tanto, nuestro fin último es la vida eterna, es decir, gozar un día de la presencia eterna de Dios.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.