El “conocimiento” es el resultado de la relación que se establece entre el sujeto pensante y el objeto pensado. Es decir, tiene tres partes: el sujeto cognoscente, el objeto de conocimiento y el conocimiento en sí mismo. Hay varios tipos de conocimiento: conocimiento sensible, intuitivo, empírico, intelectual, discursivo, científico, teológico y psicológico, ( (Ibarra Barrón, 1988, págs. 55-59).
En esta ocasión solamente quiero hacer énfasis en cuatro: El conocimiento vulgar/empírico, conocimiento científico, conocimiento filosófico y el conocimiento espiritual. La variedad de conocimientos se debe a la importancia del mismo en la vida cotidiana de los seres humanos.
El conocimiento vulgar o empírico, es el que se adquiere por los sentidos externos: oído, vista, tacto, gusto y olfato. No requiere mayor esfuerzo. El conocimiento científico es el conocimiento de la ciencia y que utiliza los pasos del método científico. Y el conocimiento filosófico es el que se pregunta por los últimos porqués de todas las cosas. Por ejemplo: me duele el estómago (conocimiento vulgar), el médico me dice por qué me duele (conocimiento científico) y el filosófico se pregunta ¿Por qué existe el dolor en el mundo?
Finalmente quiero mencionar el conocimiento espiritual. Este conocimiento tiene que ver con el conocimiento que tenemos de Dios. Este conocimiento es importante para quienes, de alguna manera, practicamos la religión cristiana; porque una cosa es saber mucho de Dios, y otra, poner en práctica eso que sabemos de Dios.
¿A qué se debe esta reflexión sobre el conocimiento? Porque pienso que este es el problema del mundo actual. Hay muchos que saben mucho, pero no hacen nada. La diferencia entre lo que se pronuncia con los labios y lo que se hace, es abismal. Este divorcio entre el conocimiento y los frutos que este conocimiento esté dando es parte de esta sociedad en crisis.
Existe una buena cantidad de profesionales que tienen tres o cinco maestrías, es decir, saben mucho, pero sus obras dicen otra cosa. Y cuando digo “profesionales”, me refiero a todas las profesiones, y por supuesto a quienes nos desempeñamos como sacerdotes o pastores. Jesús siempre se quejó de los escribas y fariseos, quienes eran especialistas en la Ley, pero su corazón estaba lleno de maldad.
El reto es grande, porque somos humanos, y cometemos errores a cada instante. Pero es esencial que todos tratemos la manera de equilibrar más “conocimiento y buenas obras”, conocimiento y praxis. Es un esfuerzo cotidiano, pero como decía San Agustín de Hipona: nadie puede decir que ha vencido si no ha luchado. El refugiarse demasiado en el conocimiento es un peligro, porque nos hace menos humanos.
Considero importante equilibrar lo que se sabe con lo que se hace. El conocimiento es esencial para que una sociedad progrese, pero es mucho más trascendental que eso que se sabe se aplique en los diferentes contextos de la sociedad actual. De nada sirve, por ejemplo, saber de memoria tantos versículos de la biblia, si esos textos no se traducen en conductas. De nada sirve saber mucho de ingeniería, tecnología, arquitectura, psicología y demás ciencias humanas, si no utilizo ese conocimiento para construir una mejor sociedad.
La puesta en acción del conocimiento es una de las maneras más hermosas de amarnos los unos a los otros. Por lo tanto, comparta y ponga en práctica lo que la vida le ha permitido aprender. El conocimiento sólo tiene sentido cuando sale de usted y se esparce por doquier. La única manera de que el conocimiento produzca buenos frutos es compartirlo.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.