Llega un momento en que el novelista se sumerge por completo en su propia narrativa que pareciera que está sublimando, a través de las acciones de su historia, todo lo terrorífico, fantástico y estrambótico que Dios le ha encomendado como misión. Este viaje, desde lo más arcaico de su naturaleza hasta las páginas, tiene como resultado la poesía.
Me he encariñado con este oficio: primero, elijo leer en papel en lugar de digital, y segundo, subrayo las novelas, acaso, como una forma de conectarme más con esa asombrosa pulsión humana que el autor transforma en belleza.
Tomo lápiz, sacapuntas, borrador y regla. Cuando siento que el autor ha sublimado su condición humana en arte, subrayo esa frase tratando de conectarme en el momento y el espacio en que esas palabras fueron escritas, en la intensidad de esa aventura, y en la transmutación de lo que carece de forma y se convierte en una realidad.
Borro porque este oficio requiere subrayar con respeto y estoicismo. Si la línea me sale torcida, es el borrador el que elimina el error y hay que comenzar de nuevo. Si la línea de mi humilde intervención ya es muy gruesa, es el sacapuntas el que me regresa al viaje. Aquí, verdaderamente, es donde se practica la paciencia: Trato de conectarme con el autor sin importar que el mundo siga girando, porque cuando uno lee, al igual que la meditación, no hay otra cosa por hacer ni otro lugar a donde ir.
Subrayar los libros va más allá de destacar lo importante para hacer un resumen después. Es entablar una relación que el autor inicia cuando escribe y que el lector deja que se pose en sus manos como una mariposa amarilla, que finalmente, ha encontrado un lugar para descansar.
José J. Guzmán (Quetzaltenango, 1993). Licenciado en Comunicación Social y estudiante de la licenciatura de Psicología. Más de 10 años de experiencia en medios de comunicación. Tiene un libro de poemas publicados: “La Escena Absoluta” (2012).