Inspirado en la novela «Contigo en la distancia» de Carla Guelfenbein; el poema «La poesía jamás te olvidará» de Elvira Sastre y la canción «Perdimos el control» de Nacho Vegas.
ANTES DEL FIN DE SEMANA
Los saludos cordiales duraban ya 15 días. Su número había llegado a mi teléfono en una de esas reuniones apresuradas en las que dos excompañeros de secundaria fingen tener poco tiempo para saludarse en un centro comercial y se despiden aún más apresurados. Durante esas dos semanas, solo nos enviamos mensajes por WhatsApp de “buenos días” y “buenas noches”, un “todo bien” y un “espero que tu jornada sea exitosa”.
El martes por la noche, la ansiedad me golpeó el pecho luego de sugerirle que nos viéramos para poder conversar. Eran las 6:15 de la noche cuando se lo pregunté y fueron las 8:33 cuando vio el mensaje. Por un momento pensé que, erróneamente, había roto una distancia adecuada; que había sido malagradecido con su cortesía, cuando ella se tomaba el tiempo para responderme; que, en todo caso, le había faltado el respeto queriendo traspasar su espacio personal cuando ella tan solo por educación me había dado su número.
Me dejó en visto.
Confiado ya en mi derrota, consideré que lo mejor era olvidarme del caso y salir por donde había entrado. Sin embargo, el jueves por la mañana me respondió un extenso texto en donde me contaba de sus días, que ella llamaba «las correderas de la vida», y que por eso no me había contestado.
En su respuesta me habló de su matrimonio, del pequeño Javier de cinco años que ya estaba en la escuela, me habló de sus quehaceres domésticos, de que no tenía nada que ponerse para un viaje de fin de semana en el que iban a asistir, lejos, a la graduación de maestría de un primo de su esposo. También me dijo que no tenía ganas de ir. Me habló del menú que haría para el almuerzo, de que estaba viendo una serie y al final del mensaje: “Si no voy a la graduación, con gusto nos vemos”.
VIERNES
No fue a la graduación. Es más, luego de conversar con su esposo, me dijo que acordaron que ella se quedara en casa, pero en verdad, tendría todo el fin de semana: desde el viernes al mediodía, hasta el domingo por la tarde, para ella sola.
Era la mujer más hermosa del mundo cuando la vi entrar al café. Se vistió simple, con tenis, pantalón azul y una blusa amarilla que resaltaban las almendras que tenía por ojos. Vestida como para ir de viaje.
El 50 por ciento del éxito de cualquier relación, ya sea personal, empresarial o académica, le corresponde a la empatía. Ella y yo sentimos simpatía por el otro. Tanta empatía, que al descubrir la recién iniciada tarde del viernes decidimos viajar a una playa a algunos kilómetros de allí y disfrutar el fin de semana juntos hasta que fuera el domingo por la tarde.
La tarde era fresca cuando llegamos y ella aprovechó para disfrutarlo en una sesión rápida de bronceado. Le pregunté si su esposo notaría el cambio en su color de piel, tomando en cuenta que supuestamente ella estaba en su casa.
—Ya sé qué le voy a decir —me dijo.
Por la noche recorrimos las calles a la orilla del indómito mar, comimos, bailamos, bebimos y poco a poco nos convertimos en unos confidentes inocentes que tenían tanto para contarse.
Rendidos al fin de la fiesta. Nos sentamos en una banqueta y su autoridad tomó el control de la noche.
—¿Con cuántas mujeres has estado? —Me preguntó mientras encendía un cigarro.
Le mentí respondiéndole que era virgen. Se atascó con el humo y sonrió ligeramente. Nos quedamos en silencio por un momento.
—¿Y tú? —Le pregunté.
—Solo con tres —me dijo —. Mi primer hombre fue mi esposo.
Interesado en ese secreto que suponía el acto de la infidelidad, le pregunté por los otros dos.
El segundo fue un desconocido de acento extranjero la noche de su despedida de soltera y el tercero, el día de su boda, con el mejor amigo de su esposo, en algún momento entre la bendición del sacerdote en la iglesia y el brindis antes de la cena.
—Pobres —dijo—, pronto los dos serán socios.
Esa noche dormimos juntos en el hotel. Tal como lo imaginaba, su piel denotaba el mando que su madurez tenía en el mundo.
SÁBADO
Disfrutamos del mar y del sol. Cuando llegó la tarde, su bronceado era evidente y le pregunté si estaba segura de que tendría una excusa para el domingo por la noche.
—Ya sé qué le voy a decir —me dijo.
La duda me asaltó, como asaltan todas las dudas, a partir de los recuerdos. Me recordaba lo que decía mi catecismo de Primera Comunión: «Nunca con la mujer de tu prójimo» y caí en cuenta, hasta entonces, de que estábamos en un lugar peligroso, frente a la vista de todos, guiándonos por el camino de la infidelidad, totalmente indefensos.
La tarde la aprovechamos para compartir una botella de vino en un restaurante con una vista impresionante de la dimensión de la naturaleza.
Fue entonces cuando me contó que había aceptado verme porque estaba cansada de su matrimonio. Me contó que se casó muy joven y que su papel siempre había sido el de ponerse bonita para los amigos de su esposo.
—Yo soy como la medalla más importante que él ha ganado, solo eso. —dijo.
Me contó que él no la embarazó durante 10 años por el miedo a que su objeto más preciado perdiera la forma que le daba enviada a sus amigos. Me contó que ella tenía que sonreír en las reuniones sociales y nunca bajar la vista. Mostrarse indomable, lejana a todos, irresistible, pero al llegar a casa volvía a ocupar su lugar como cualquier cosa de la sala mientras él se concentraba en sus negocios. Me contó del pequeño Javier, que lo amaba, que ese hijo había nacido no planificado una noche en la que él quiso desestresarse de estar mucho tiempo en la gloria de su empresa.
Me contó que al pequeño le gustaba el mar, tanto como a ella. Y luego suspiró. Cuando cayó la noche, se puso a llorar, finalmente con su alma vestida de nada, nos abrazamos y caminamos otro poco.
Esa noche cada quien ocupó su cuarto en el hotel.
DOMINGO
Su color de piel era otro. El bronceado ya era de tres días, pero ella parecía confiada en su respuesta: “Ya sé qué le voy a decir”.
La mañana la aprovechamos para acudir a los mercados y a uno que otro museo donde exponían especies marinas. En fin, estábamos distrayéndonos para lo inevitable: la llegada del domingo por la tarde.
Cuando fuimos conscientes de la caída de la hora, finalmente me dijo:
—Hay veces que mi esposo me parece tan similar a los otros dos, no tiene nada de especial.
La observé con ternura y entonces descubrí que yo había sido como una huida a sus jornadas, a la que, en pocas horas, inevitablemente, debería volver.
—En verdad, no quiero regresar —confesó con la vista puesta en el lejano horizonte del tiempo que poco a poco dejaba de pertenecernos.
Sin embargo, la hora llegó. La despedí y ella se subió en el bus de turistas que la llevaría de regreso a su realidad.
Nos observamos a través de la ventana, creyendo quizá, como el final de una película de amor, que yo subiría a rescatarla o ella bajaría para abrazarme y fugarnos finalmente rumbo a la felicidad.
Pero nuestra mirada era otra, una que anunciaba que ninguno de los dos se atrevió a hablar de un futuro juntos y que aquello solo había sido una aventura de la que salimos bien librados: Ella regresaría a ser la mujer más hermosa del mundo para los amigos de su esposo y a contarle al pequeño Javier a través de un cuento para niños lo que vivió a la orilla del mar y yo estaría feliz de no haberme atravesado con el filo del cuchillo de su marido, rebanándome la garganta, dirigido por sus celos.
Recuerdo su última mirada, y la sonrisa temblorosa con la que finalmente me despidió: era una niña asustada y entonces, caí en cuenta de que ella no tenía ninguna respuesta para explicar su bronceado y que esa noche del domingo ella daría el mensaje más contundente y genuino de sus 15 años de matrimonio a través del nuevo color de su piel.
El bus arrancó, y mientras terminaba ese corto fin de semana, comenzaba el olvido más largo de nuestras vidas.
José J. Guzmán (Quetzaltenango, 1993). Licenciado en Comunicación Social y estudiante de la licenciatura de Psicología. Más de 10 años de experiencia en medios de comunicación. Tiene un libro de poemas publicados: “La Escena Absoluta” (2012).