En Quetzaltenango, Ciudad del Conocimiento, el médico guatemalteco Rodolfo Robles Valverde trascendió fronteras y marcó un hito en la historia de la medicina.
Su descubrimiento de la oncocercosis en 1915 no solo colocó a Quetzaltenango en el mapa científico mundial, sino que también diagnosticó por primera vez la causa de una ceguera que se creía incurable, provocada por un parásito.
Robles, una de las mentes científicas más brillantes del país, nació en Quetzaltenango en 1878. Asistió a la escuela primaria en Santa Clara, California, Estados Unidos. A los 17 años, se trasladó a Francia, donde en 1898 obtuvo un grado de la escuela preparatoria para estudiar Ciencias en la Universidad de Rouen.
Posteriormente, estudió Medicina en La Sorbona, en París, y se graduó en 1904. Al año siguiente, se incorporó a la Facultad de Medicina de la Universidad de San Carlos de Guatemala e intentó crear un Instituto Pasteur en su ciudad natal, Quetzaltenango, aunque fracasó en su intento.
Robles mantuvo contacto con las instituciones francesas y en 1922 obtuvo el doctorado por la Universidad de París. Se especializó en malariología, salud pública y micología. Sin embargo, en 1915, hizo su mayor descubrimiento científico: la oncocercosis.
En 1915, Robles identificó el nemátodo parásito Onchocerca volvulus como el agente causal de un tipo de ceguera que hasta entonces era inexplicable. Actualmente, sigue siendo la segunda mayor causa infecciosa de ceguera en todo el mundo, pero su impacto se ha reducido significativamente gracias al hallazgo de Robles.
Robles encontró el nemátodo en un quiste aparentemente inofensivo que extirpó de la frente de un paciente. La consistencia fibrosa del nódulo llamó su atención y, al abrirlo, encontró un gusano hembra de filaria enrollado en espiral, como si fuera un hilo de coser.
El médico describió las características clínicas de la oncocercosis, como lesiones oculares, ulceraciones corneales, problemas de visión y fotofobia. Los nódulos subcutáneos típicos de la enfermedad se encontraban principalmente en la cabeza, y su eliminación permitía una recuperación inmediata. También descubrió que la enfermedad tenía un vector, la mosca negra del género Simulium, que se alimenta de sangre.