“Sin esfuerzo no hay recompensa” versaban los abuelos; sin embargo, desde hace algún tiempo esa forma de perseguir el éxito se ha ido diluyendo de generación en generación. Nunca he escuchado que un ser humano desee ser una persona fracasada en la vida, sino todo lo contrario. Lo que marca la diferencia entre quienes son exitosos y quienes fracasan, es la responsabilidad, disciplina y compromiso propio con el que se asumen los retos que se presentan día a día.
Todos somos capaces de alcanzar los proyectos que nos propongamos, pero no todos somos conscientes que hay un esfuerzo que es necesario realizar para que el éxito llegue a materializarse. La disciplina como hábito de compromiso y autocontrol debe convertirse en una constante en la vida de las personas, para que sumada al esfuerzo y responsabilidad, permitan el alcance de nuestras metas.
La motivación que tengamos para ir en búsqueda de nuestros sueños constituye un factor importante. Quienes realizan sus distintas actividades por obligación y no por motivación, tienden a poner cuesta arriba el alcance de sus metas; y es que, hablando de motivación pareciera que algunas personas carecen de la misma, evidenciando que realizan sus actividades cotidianas sin tener un objetivo trazado.
Quiero citar como ejemplo la situación académica actual de las personas desde el nivel primario hasta el universitario, todos quieren aprobar a como de lugar sus ciclos académicos, pero no todos están dispuestos a pagar el sacrificio que conlleva ser profesionales competentes, cayendo en el conformismo y acomodamiento. En consecuencia, nos encontramos ante una generación que desea “triunfar en la vida” por medio del mínimo esfuerzo, trayendo consigo mediocridad y fracaso. Parafraseando al motivador Denis Waitley; concluyo que, “los resultados que consigamos, siempre estarán en proporción directa al esfuerzo que apliquemos”.