El ser humano, por naturaleza, cuando da algo, quiere que esa persona a quien ayudó, le devuelva la ayuda proporcionada. Pero esto es imposible. Bien dice el refrán: “dale de comer a un perro tres días y te recordará por siempre; dale de comer a una persona tres años y te olvidará en tres días”. Los seres humanos, no todos, somos así. Por lo tanto, demos sin esperar nada a cambio.
La madre Teresa de Calcuta en algún momento de su vida dijo estas palabras que me gustan mucho: “Las personas son irrazonables, inconsecuentes y egoístas; ámalas de todos modos. Si haces el bien, te acusarán de tener oscuros motivos egoístas; haz el bien de todos modos. Si tienes éxito y te ganas amigos falsos y enemigos verdaderos; lucha de todos modos. El bien que hagas hoy será olvidado mañana; haz el bien de todos modos. La sinceridad y la franqueza te hacen vulnerable, sé sincero y franco de todos modos. Lo que has tardado años en construir puede ser destruido en una noche; construye de todos modos. Alguien que necesita ayuda de verdad puede atacarte si lo ayudas; ayúdale de todos modos. Da al mundo lo mejor que tienes y te golpearán a pesar de ello; da al mundo lo mejor que tienes de todos modos”.
Jesús, el amigo que nunca falla, cuando dice que el primer mandamiento es mar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y con toda la mente; y el segundo: amar al prójimo como a ti mismo (Mt 22,34-40), se refiere a la verticalidad y a la horizontalidad del amor. Es decir, el amor parte de nosotros mismos, y tiene una dimensión hacia Dios y hacia el prójimo. Pero como nadie puede dar lo que no tiene, entonces es esencial comenzar por amarnos a nosotros mismos.
Creo que al mundo y a la sociedad actual le hace falta traducir con palabras y hechos que el amor es el mejor ingrediente de la vida social. La práctica del amor por parte de hombres y mujeres es el mejor condimento para darle sabor a la vida social. Cuando de verdad se ama, se está dispuesto a correr riesgos, y a dejar a un lado la lógica normativa y farisaica. Algunos se parecen a aquella señora de la que habla Arjona en una de sus canciones: “en mi barrio la más religiosa era doña Carlota, hablaba de amor al prójimo y me ponchó cien pelotas”, (Arjona).
El Coronavirus, por un lado vino a humanizar a una humanidad que se estaba deshumanizando; por otro, ha venido a quitar el velo de la hipocresía a quienes parecían ser muy humanos, pero ahora son piedras. Hay quienes sólo se enteran de que alguien cercano está contagiado y desaparecen del mapa. ¡Y muchos son muy cristianos! Esto es muy triste.
Por lo tanto, urge dignificar lo más importante de una nación y de la iglesia. Lo más importante en la vida no son las cosas materiales, no es el poder, no es el dinero, no es la fama. Lo más importante de una sociedad, son las personas. Y el mejor condimento que podemos usar para dignificar a los marginados de la sociedad, es el amor. La sociedad necesita de la práctica de un amor real y no de un amor de telenovela al estilo platónico.
Si le marginan, ame. Si le desprecian, ame. Si le critican, ame. Si le insultan, ame. Si no le agradecen, ame. Si sufre discriminación, ame. Si son hipócritas y dos caras con usted, ame. Sólo el amor practicado desde una realidad concreta, puede darle un mejor sabor a la vida de quienes vivimos en sociedad.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.