Uno de los valores que todos deberíamos de poner en práctica es la “unidad”. Si le damos un vistazo al mundo en general, nos damos cuenta que las naciones están divididas. Algunos líderes mundiales, en lugar de construir puentes, construyen muros en las fronteras de sus países. Es necesario fortalecer una verdadera unidad entre los países del orbe.
A nivel religioso también estamos divididos. Las religiones y los mismos cristianos estamos divididos. Por eso es que uno de los grandes deseos de Jesús después de su resurrección fue de que “todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti somos uno” (Jn 17, 20-26). Un documento clave para la promoción de la unidad es el la encíclica de San Juan Pablo II escrita en 1995: ut unum sint, que todos sean uno. En pleno siglo XXI la unidad sigue siendo un reto para todos.
Démosle una mirada a nuestros grupos eclesiales. Muchos de ellos caminan solos, buscando sus propios intereses. Pero no todo es malo, porque hay algunos que hacen el esfuerzo por mantener la unidad en la diversidad de ideas y opiniones. Lo cierto es que, dentro de los mismos grupos religiosos, hace falta que la unidad sea el estandarte.
Las empresas también están sedientas de la unidad. No siempre los trabajadores de una institución tienen identidad institucional. Nunca faltan aquellos empleados que “pelan” a la institución que les da de comer. Lo peor que puede pasar en una institución es que los mismos trabajadores se pongan trampas unos a otros. Pensé que ese término “anónimo” ya había pasado de moda. La falta de valentía para enfrenar las cosas cara a cara hace que algunas personas se presten para ser instrumentos del mal, y maquinan estrategias de cómo escribir y enviar anónimos a las autoridades de la institución que les ha dado de comer por años.
¡Ojalá todos fuéramos uno! La unidad hace que una nación, una iglesia o una institución de cualquier índole logre sus metas propuestas, y por ende, tenga éxito. Ese envío de cartas, correos y papelitos, a espaldas de quien acusamos, “apesta a chucho mucho muerto”. No hay que hacerlo. Siempre he aplaudido decir las cosas cara a cara, aunque sea incómodo.
En tiempos del Coronavirus debemos estar unidos. Busquemos todo aquello que nos una. Ya no sigamos construyendo muros entre nosotros. Construyamos puentes de comunicación y armonía. Ya basta de odios, envidias, soberbia y chismes por doquier.
Según la RAE (2020) la unidad es una propiedad de todo ser, en virtud de la cual no puede dividirse sin que su esencia se destruya o altere. Unión o conformidad. Tratemos de mantener la unidad entre nosotros. Esa unidad podrá ser una realidad si entre los seres humanos logramos cultivar la armonía y una visión compartida en vistas al bien común. La unidad nos proveerá de fuerza y valor para que lo imposible sea posible en una institución.
“Casi no nos damos cuenta de cómo nos volvemos ávidos de chismes y de habladurías, de cuánta violencia y falsedad consumimos. A menudo, en los telares de la comunicación, en lugar de relatos constructivos, se fabrican historias destructivas y provocadoras, que desgastan y rompen los hilos frágiles de la convivencia” (Papa Francisco 2020). Tomando en cuenta que por naturaleza somos seres narrativos, pues narremos historias de unidad y no de división. Agrega el Papa que “necesitamos una narración humana, que nos hable de nosotros y de la belleza que poseemos…el hombre es el único ser que necesita revestirse de historias para custodiar su propia vida”.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.