En el año 1773, debido a los terremotos de Santa Marta, buena parte de la Ciudad de Santiago de los Caballeros quedó destruida. Poco tiempo antes de este infausto suceso había llegado a la Ciudad con el cargo de Presidente, Gobernador y Capitán General del Reino don Martín de Mayorga, un aristócrata español que al llegar a Guatemala padeció el fenómeno telúrico con verdadero pánico, tanto así que al primer temblor huyó de la Ciudad y se instaló en un campamento cercano, obligando a trasladar la ciudad al valle de la Ermita o de la Virgen. Pero en vista que muchos residentes en Santiago no querían evacuarla por cuanto debían abandonar sus propiedades, don Martín ordenó la destrucción de conventos y casas para forzar a los ciudadanos alejarse de la semi-destruida ciudad de Santiago de los Caballeros, ciudad a la que a partir del año 1886 se le conoce como “Antigua Guatemala”.
Como consecuencia de lo anterior, algunas familias que residían en Santiago de los Caballeros optaron por trasladarse a Quetzaltenango, entre ellas la de don Domingo Gutiérrez Marroquín y su esposa doña María de la Encarnación Guelle y Anzueto. Una de las hijas del matrimonio, María Candelaria Josefa Vicenta casó con Manuel de Jesús Martínez Aparicio, quien fue miembro del gobierno del Estado de los Altos (1838-1840), y fundador en Quetzaltenango del Hospital San Juan de Dios en el año 1844. El matrimonio procreó once hijos, uno de ellos don Juan José Aparicio y Limón (1834-1899), que se casó con doña Francisca Mérida Monzón (1838-1916), habiendo tenido catorce hijos, siendo sin duda la más conocida Francisca (1858-1943), quien muy joven y a disgusto de sus padres casó con el general Justo Rufino Barrios, habiendo enviudado cuando este fue asesinado el 2 de abril de 1885, quedando de dicho matrimonio siete hijos pequeños. Doña Francisca al enviudar se trasladó a Nueva York, en donde casó en segundas nupcias en el año 1892 con don José Martínez de Roda, Marqués de Vista Bella, de quien no tuvo descendencia.
Francisca Aparicio Mérida fue una mujer bella y educada; de joven estuvo interna en el Colegio Belén de las Ursulinas en la Ciudad Capital, a donde llegó a visitar siendo Secretario de la Guerra, el general Justo Rufino Barrios. En su visita el general Barrios se fijó en la belleza de la joven Francisca, llegándola a visitar con frecuencia lo que preocupó a las monjas quienes solicitaron a sus padres retirarla del internado y trasladarla a Quetzaltenango donde ellos residían. Ya como Presidente de la República, el general Barrios la buscó para casarse en julio de 1874 en la casapalacio de los Aparicio, situada en la Calle de los Bancos, hoy 13 avenida de la zona 1 de Quetzaltenango, actualmente usufructuada por la Gobernación Departamental.
Pasados unos años, un amigo común promovió un encuentro de reconciliación entre el Presidente y don Juan Aparicio, para lo que se invitó a casa Presidencial a don Juan y su familia, en la que uno de los invitados tuvo la inoportuna idea de consultar al general Barrios sobre qué hubiera hecho si don Juan Aparicio no le concedía la mano de su hija, a lo que el General contestó que “se la hubiera robado”. Esto disgustó a don Juan, quien indignado respondió al General que, si eso hubiera sucedido, le hubiera retado a un duelo. Esta respuesta indignó al general Barrios, quien se retiró del salón, suspendiéndose el ágape. A la mañana siguiente ese invitado indiscreto llegó a buscar a los Aparicio, indicándoles que debían abandonar el país, pues el General estaba muy disgustado, y que seguramente tomaría venganza, con lo cual la familia Aparicio emigró a los Estados Unidos, dejando en el país a la hija casada con el Presidente, y al mayor de los hijos, don Juan José Aparicio Mérida (1856-1897), a cargo de las empresas familiares que a la sazón eran las más importantes productoras y exportadoras de café y azúcar de Guatemala.