En qué está la alegría perfecta, es la pregunta que el hermano León le hace a Francisco de Asís en la florecilla de la Alegría perfecta, una poetización de la quinta de las Admoniciones de San Francisco (Florecillas de San Francisco de Asís, capítulo VIII, Ediciones San Pablo).
De acuerdo con el relato, el santo utiliza una suposición como ejemplo para explicar a su hermano (miembro de la orden) cómo la alegría perfecta está en dominarse a sí mismo, en saber sobrellevar las dificultades y los malos tratos con “paciencia y alegría y buena caridad” (ídem), como un acercamiento a los sufrimientos de Cristo.
El concepto de la alegría perfecta es una máxima filosófica, en la cual el ser humano es capaz de vencerse a sí mismo, de dominar sus impulsos, deseos y emociones. Dotado de inteligencia, el hombre puede, conociendo también las consecuencias, evitar los actos que atentan contra su integridad y la de sus semejantes.
Este relato, cuyo autor se desconoce y que habría sido escrito en la segunda mitad del siglo XVI, va describiendo, en voz del protagonista, cómo todos los dones, como el conocimiento e incluso la santidad no son dignos de jactancia, sobreponiendo a las demás virtudes, la de la paciencia, caridad y humildad. El texto, de apenas tres páginas, pero de bella composición y profundidad en el mensaje, finaliza con la siguiente conclusión: Por encima de todas las gracias y de todos los dones del Espíritu Santo que Cristo concede a sus amigos, está el de vencerse a sí mismo y de sobrellevar gustosamente, por amor de Cristo Jesús, penas, injurias oprobios e incomodidades.
Y aunque pareciera contrario al concepto que se tiene de alegría, tiene lógica desde la condición de que la alegría es una reacción consciente ante un momento, suceso o estado en particular. Alcanzando la razón su máximo nivel. En un mundo perfecto, aspiración del género humano, existiría la alegría perfecta.