Uno de los problemas de la sociedad actual es la ceguera que muchos padecen. Tenemos ojos, pero somos incapaces de ver lo evidente; queremos pruebas objetivas y palpables para sentir la presencia de Dios. En la sociedad actual hay todo tipo de gente, y cada uno vive sus propias circunstancias. Hay ricos, pobres, sanos, enfermos, malos, buenos, etc. Caras vemos, pero corazones no sabemos. Cada ser humano es un misterio. ¿Quién puede ayudarnos a comprendernos?
Como seres humanos, hemos nacido con un deseo profundo de acudir a Alguien más grande, más superior a uno mismo. A ese Alguien lo llamamos: Dios. No existe en el mundo ningún “ser” que sea capaz de obrar en la vida de hombres y mujeres tal como lo hace Dios. Piense en sus propias enfermedades, en sus propios sufrimientos, en sus propias luchas internas, en los problemas sin resolver que tiene. Por ejemplo, si alguien tiene un cáncer terminal, ¿puede curarse con todo el dinero que tiene? Si pierde una parte de su cuerpo, ¿puede ir a comprarla a un supermercado? La respuesta es obvia.
Haga memoria de ese montón de circunstancias agradables o desagradables, pero que igual, son parte de su vida. Tome conciencia de ellas. Si tiene problemas de alcohol y quiere dejarlo, si tiene un cáncer terminal y no sabe qué hacer, si tiene un novio o novia y sabe que esa relación no le conviene, si tiene unos padres que le hacen la vida imposible porque son tiranos y autoritarios, si tiene un marido que le maltrata física, económica y psicológicamente; si tiene una relación conflictiva con alguien, si tiene un maestro que le acosa, si dejó cursos y no sabe qué hacer, acuda a lo más íntimo de usted y ahí se encontrará con Aquel que sabemos nos ama sin medida.
Traiga toda su esencia ante la presencia de Dios y grítele: ¡Ten compasión de mí! Cuéntele todo lo que usted es, ya sea positivo o negativo, porque seguimos a un Dios que nos ama como somos, que nos ama sin medida, que quiere lo mejor para nosotros; pero que también nos exige vivir con disciplina, vivir con amor, vivir en paz, practicando la misericordia y el perdón por todas partes. Dígale otra vez: ¡Jesús, ten compasión de mí! (Mc 10, 46-52).
Ten compasión de mí, porque estoy ciego y no veo. Estoy en un callejón sin salida, voy en túnel que no tiene fin. Quiero hacer bien las cosas, y todas me salen mal, quiero dejar de hacer cosas que me alejan de ti, quiero dejar la hipocresía, la soberbia y el orgullo, pero no sé qué hacer. ¡Ánimo! Levántese. Porque el Primer Motor Inmóvil (Dios) jamás le abandonará.Puede pedirle a Dios que quiere ver un país mejor, que quiere mejores políticos, mejores padres, hijos, hermanos, religiosos y mejores jefes.
Que Dios nos ayude a dejar el orgullo, nuestros malos hábitos, vicios, pensamientos y el mal humor. Es posible dejar todo lo peor que hay en mi vida. Puedo dejar de sufrir por querer cambiar yo las circunstancias que solo Dios puede cambiar. Se puede dejar la depresión a la que se ha caído. Es posible hacer la voluntad de Dios y ser plenamente feliz. Nunca faltan líderes que nos exigen cosas desde el puesto que desempeñan, pero en la vida siempre pasará lo que Dios quiera que pase.
Esforcémonos por ser mejores hombres y mujeres, porque en este mundo se necesita de grandes cambios profundos, que solo pueden suceder, si usted y yo cambiamos.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.