La vida está llena de pequeños detalles. Y a lo largo de la misma cada uno recibe de los demás muchos detalles significativos. No todas las personas que la vida pone en nuestro camino dejan una huella positiva en nosotros. Esto no significa que uno no aprenda de quienes en algún momento estuvieron sentados a nuestro alrededor, pero terminaron traicionándonos.
Sin embargo, tenemos que ser agradecidos con la vida. Primero hay que agradecerle a Dios por los dones que nos ha dado, y con los cuales hemos logrado llegar hasta donde actualmente estamos. Pero hay que agradecerle a la vida también por la amistad sincera de tantas personas que nos han acompañado en esta aventura de la vida.
Hoy tenemos la oportunidad de agradecerle a quienes han sido compañeros de camino en esta vida. Piense en quienes le han ayudado para que usted esté en donde está. Algunas de estas personas ya no están con nosotros (ese es mi caso); ya están en la presencia de Dios. Lo único que nos queda es pedirle a Dios para que estén en su presencia siempre. Pero hay personas “aquí y ahora” que han influido y siguen influyendo positivamente en nosotros.
En cada etapa de la vida, Dios pone a las personas indicadas para que colaboren con nosotros. Dios también permite el alejamiento de algunas personas que ya han cumplido su misión en nuestra vida, y que por lo tanto hay que dejarlas marchar. Lo cierto es que Dios jamás nos deja solos; él siempre está a nuestro lado.
Por lo tanto, vale la pena ser agradecidos. Raymond Saint-Jean afirma que el agradecimiento es “la memoria del corazón”. La persona agradecida piensa con el corazón. Por el contrario, “la persona desagradecida no es un verdadero ser humano. No se detiene a pensar, sino que olvida lo que recibe cada día como un regalo”, (Grün).
¿Cómo le paga al otro todo el bien que le ha hecho? Piense en las personas que le han ayudado para ser lo que ahora es. No haga memoria de los errores de esas personas. Piense en todo el bien que le hicieron, y agradezca. Porque el ser agradecidos nos hace felices.
Agradezca usted. No espere que le agradezcan. Por eso hay una frase que dice: “dale de comer a un perro por tres días y te recordará toda la vida; dale de comer a un ser humano tres años y en tres días te olvidará”, (Anónimo). La ingratitud duele, pero así es la vida. Así que, deje el orgullo a un lado, y agradezca a quienes han puesto su granito de arena en su vida.
Por este medio, quiero agradecerle a Dios todas sus bendiciones a lo largo de mi vida vocacional y profesional: al Colegio Seminario San José y a la Comunidad Benedictina por todo su apoyo, a la Arquidiócesis de Quetzaltenango-Totonicapán por la oportunidad de servirle a lo largo de estos casi 19 años de ministerio sacerdotal, y a tantas personas más que me han ayudado cuando más lo he necesitado.
En esta ocasión particularmente quiero agradecerle al pueblo de San Juan Ostuncalco, en especial al Padre Ángel Vicente por haberme recibido durante un año en su Parroquia San Juan Bautista, San Juan Ostuncalco. Gracias a todos por su cariño, cercanía y amistad. Los llevo en mi corazón. Sus tradiciones, su cultura, su fe, su generosidad y su manera de servir, seguir y amar a Dios me motivan a dar lo mejor de mí mismo en mi nuevo destino: la Parroquia de la Inmaculada Concepción en Concepción Chiquirichapa.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.