Esta semana, el maestro Joaquín Sabina está de cumpleaños. Llega a los 75. Justo esta semana me reencontré con una de sus obras que más admiro: Vinagre y Rosas.
Siempre me ha cautivado esa canción. Aunque confieso que encuentro en ella una alta carga de retórica que no me hace comprenderla del todo.
Sin embargo, interpreto que habla sobre la dualidad de la vida. Ya sea voluntaria o involuntariamente, pero que, en todo caso, enfrentamos. Sabina retrata con su maestría las condiciones de la alegría y de la tristeza. De la compleja forma que toma la existencia. La existencia tan hermosa capaz de elevarnos a emociones que aún no podemos nombrar y de mostrarnos la incomodidad de los sentimientos menos deseados. Retrata, a través de su extraordinario talento, al género humano con su placer y su dolor.
Al escuchar la canción, me imagino a una pareja que, a la hora de cenar, está tan distante uno del otro, sin saber cómo formular el lenguaje que los une, y en vez de disfrutar del menú, parecen estar comiendo rosas aderezadas con vinagre. Una dualidad que ilustra el amor vivido, pero que se entrelaza con la amargura de un momento de desentendimiento.
¿Cómo sabrá ese plato de vinagre y rosas a la hora de cenar? ¿Confusión? ¿Desilusión? ¿Rabia? ¿Nostalgia? ¿Provocará lágrimas? ¿O tan solo el vinagre será un condimento del amor?
Sabina logra, a través de su poesía, ilustrar lo que de otra forma sería indecible. Nos invita a la reflexión de nuestra capacidad intrínseca para navegar entre estados emocionales opuestos, dándonos a entender que esa dualidad crea el conjunto de lo que es nuestra naturaleza humana y que con esa naturaleza debemos convivir y mantener la compostura.
José J. Guzmán (Quetzaltenango, 1993). Licenciado en Comunicación Social y estudiante de la licenciatura de Psicología. Más de 10 años de experiencia en medios de comunicación. Tiene un libro de poemas publicados: “La Escena Absoluta” (2012).