Una mujer despertó enojada con el mundo porque no quería bañarse. Bostezó sin ganas al salir de las chamarras… molesta con la hora en que el sol le anunciaba el día.
Descompuesta por la interrupción de su sueño interminable, que apenas le permitió el descanso, buscó con el tacto de sus fríos pies las pantuflas amarillas que tanta ilusión por la vida le dieron la tarde en que ella misma se las compró por su cumpleaños.
En efecto, su primer capricho del día fue decidir no bañarse para ir a trabajar, pero, también, su primer placer fue caer en cuenta de que era sábado y que le tocaba quedarse en casa. “Puta madre”, exclamó entre una sonrisa para ocultar su propio error y vergüenza mientras se dirigía al baño, “bueno, ahora ya me levanté”.
Estando en el baño, pasó de estar enojada con el mundo a estar enojada con el día sábado, porque aún entre la bruma de su estado de duermevela recordó que tenía muchas cosas qué hacer en casa.
Mientras giraba la llave de la regadera, planificó las tareas que llevaría a cabo esa mañana, una por una, todas hechas, sin margen de error, en el tiempo que aún no había vivido, pero al sentir las frías gotas en sus palmas, volvió a renunciar a la idea de bañarse y se dirigió a desayunar.
Abriendo el refrigerador, pasó de estar enojada con el día sábado a estar enojada con el desayuno, porque lo primero que tenía que hacer durante esa jornada era comprar comida. “Si fuera viernes, me iría mejor”, dijo mientras dejaba caer los hombros.
Regresó a la idea de volver al baño y hacer las paces con la regadera. Pero no quería otra guerra interminable. Abrió el congelador y encontró el helado de hace un mes magnificando el don de la paciencia, tomó una cuchara e intentó saborear la vainilla mezclada con el chocolate. Sin embargo, tanta era su sed y tan dura aquella crema, que la cuchara se dobló al tocar el postre.
Pasó de estar enojada con el desayuno a estar enojada con una cuchara.
Fue entonces que descifró que, tan solo al amanecer, había estado enojada con una cuchara, con el desayuno, con el día sábado y con el mundo. Sin pedirse permiso para entrar en la regadera ni entablar conversaciones con el agua fría, se bañó, se peinó, se vistió y salió de su casa, indómita, de una vez por todas, a disfrutar, por el resto de su vida, de una nueva mañana.
José J. Guzmán (Quetzaltenango, 1993). Licenciado en Comunicación Social y estudiante de la licenciatura de Psicología. Más de 10 años de experiencia en medios de comunicación. Tiene un libro de poemas publicados: “La Escena Absoluta” (2012).