Si las prospecciones económicas y sociales del primer mundo no son precisamente positivas, las de América Latina y el Caribe, rozan el filo de lo distópico. En los últimos meses se han publicado documentos con una serie de aproximaciones futuras con base a datos recientes y tendencias elaboradas por organismos internacionales como la CEPAL, la OCDE, el BID, Naciones Unidas, entre otros. Esos datos reflejan que apenas podemos dislumbrar los efectos negativos de la pandemia en nuestros países en el corto plazo.
Disminución de remesas, reducción de las exportaciones, ausencia de inversión extranjera, pérdida de empleos, desaparición de las micro, pequeñas, y medianas empresas, carencia de programas sociales, fondos de solidaridad o de ayuda al paro, son algunas de las variables que empeoran la crisis sanitaria que se ha convertido en una crisis económica y que tiende a derivar en una crisis social de graves proporciones.
Lo anterior viene a topar con la falta de claridad en los gobiernos de latinoamérica, donde suelen ser ausentes políticas públicas reales, ejecutables y financiadas. Si la creación de una política en tiempos de bonanza es compleja, mas aún durante una pandemia. Hacer que los diversos sectores sean capaces de articular, coordinar y llegar a acuerdos, durante esta pandemia se ha vuelto más complejo.
La idea que resume esta columna, es que aunque el futuro se aprecia obscuro, podría ser una oportunidad para crear un nuevo pacto social. Países como Guatemala han estado sujetos a grandes desigualdades por años. La clase política no ha sido capaz de responder a las necesidades de la ciudadanía y la ingobernabilidad impera a lo largo y ancho de la denominada “Guatemala profunda”. Las protestas y manifestaciones vividas a lo largo y ancho del continente americano durante el año 2019, ponen de manifiesto la necesidad del cambio; gobiernos con mejores beneficios sociales, educación, salud, empleo.
Se hace necesario repensar los cambios estructurales y no intentar maquillajes sobre las formas preestablecidas. Lo vivido en Chile con Sebastián Piñera es un claro ejemplo de lo anterior; algo que ningún país quisiera repetir. Los cambios de forma no se valen, es momento de pensar en el fondo, en lo que realmente importa: el pueblo, el ente primario donde reside el poder.
Reformas constitucionales están siendo discutidas en Guatemala. Desgraciadamente, los sectores no están completos. Aparentemente del lado económico solo figuran los grandes. ¿Y el resto? Guatemala es un país pluralísimo y sus necesidades se concentran en el interior. La oportunidad del cambio social a través de un nuevo pacto es posible, pero hay que pensar fuera de la caja, reconstruir el tejido social, llamar a más invitados a la mesa.
¿Y que debiera contener ese pacto?, bueno, lo que los guatemaltecos de bien solicitan desde hace décadas: transparencia, una continua y efectiva rendición de cuentas, el fortalecimiento de la democracia, y por último pero no menos importante la lucha contra la corrupción. Hoy es cuando.