Realizar un análisis del concepto de educación efectiva y afectiva, planteado por Carlos Aldana en el texto Docencia y biodidáctica universitaria,requiere un complejo ejercicio, al reconocer la importancia y el valor del aporte del autor, pero también para poner atención a algunos detalles que no pueden pasar por vistos.
Más que refutar el planteamiento, se intenta sugerir un análisis más profundo y recomendaciones para no perder el rumbo de la propuesta. El primer punto es que la educación en general, y el medio que nos rodea, se centran principalmente en las emociones, es decir, la sociedad prioriza, de alguna manera, la inteligencia emocional sobre las demás, de ahí la importancia de una educación afectiva; sin embargo, no tener un equilibrio, y sobredimensionar las emociones ante la razón, puede ser un error y crear un grave peligro.
Esto guarda una estrecha relación con la idea de una educación centrada en el alumno, modelo relativamente reciente, que ha surgido precisamente por teorías como la de las inteligencias múltiples (Howard Gardner) y otras que señalan la necesidad de que el educando aprenda a su propio ritmo. El autoaprendizaje es parte de la educación efectiva y afectiva, algo que no necesariamente implica prescindir del docente, sino pone en una posición más activa al educando.
Pero para llegar a desarrollar esa condición autodidacta debe existir una formación previa orientada a fomentar esa práctica, lo que conlleva al cambio en todos los niveles educativos, porque no se puede pretender implementar un modelo de educación superior para el cual los alumnos no están preparados o no han sido orientados.
Por ello, un aporte fundamental es la necesidad de un enfoque integrado (holístico), en el cual, tal como señala Aldana, es necesario tomar en cuenta aspectos incluso espirituales. Esto también requiere de la participación de todos los actores del proceso de enseñanza-aprendizaje, y no solo los directos, como los docentes y educandos, sino los indirectos, incluyendo a la sociedad misma, porque no es correcto cargar sobre el docente toda la responsabilidad del cambio para lograr el éxito de una mejor educación, aunque sí es posible pensar en el efecto que podría lograr el esfuerzo por generar un desarrollo social desde las aulas universitarias.
Además, la educación en el siglo XXI no debe tender en ningún momento hacia el individualismo, aun y cuando es importante reconocer la individualidad de cada estudiante, porque sería ir en contra de ese mismo enfoque integrador, y de la necesidad actual de emprender esfuerzos conjuntos, cada quien en su área, para tratar de superar los problemas que enfrenta la humanidad.
Precisamente, uno de estos dilemas es el impacto ambiental, el deterioro del planeta nos llama a actuar para mejorar las condiciones de vida de futuras generaciones, no en vano Aldana incluye entre las tareas docentes para el siglo XXI la ecológica, cuyo objetivo es sensibilizar y asumir una postura, incluso las instituciones educativas, en pro de la defensa del planeta. Y esto no solo desde acciones preventivas, sino a través de la investigación –otra actividad fundamental a desarrollar en la educación superior– plantear soluciones a las dificultades ya presentes en esta materia.
Otro espacio que tampoco puede quedar fuera de este modelo de educación efectiva y afectiva es el trabajo docente dentro de la sociovirtualidad, concepto que implica mantener los engranajes sociales a través del uso de la tecnología como herramienta principal.
Sin embargo, para ello de nuevo se plantea la necesidad de la participación de todos los involucrados en el proceso de enseñanza-aprendizaje, debido a que la tecnología presenta sus propias desventajas y riesgos, aislando incluso a los individuos al crear una interacción intermedia y no interpersonal, tal como indica la paradoja de lo digital, “la tecnología nos acerca a los lejanos y nos aleja de los cercanos”.
Es importante también resaltar el planteamiento de la educación como origen de la transformación social, algo que ya hacía ver Juan José Arévalo Bermejo en su obra Escritos complementarios, pero esto debe considerar no solo la educación formal, sino en todos los niveles y formas, porque implica un cambio más profundo, de pensamiento, de cultura, y principios y valores.
En conclusión, la educación tiene que ser efectiva, siempre que tome en consideración una visión individual y colectiva, pero la efectividad guarda una estrecha relación con la afectividad, desde el planteamiento del autor del texto consultado, algo que justamente se da por niveles, es decir, una educación que permita al estudiante alcanzar sus metas y ayudar en la resolución de problemas de su entorno, le ayudará a alcanzar un bienestar emocional. Esta es la lógica que debería seguir el proceso de enseñanza-aprendizaje.