Moisés Naím, prestigioso economista internacional en su libro El Fin del Poder, abarca aspectos históricos sobre la conformación del poder por parte de corporaciones en Estados Unidos, Inglaterra y Alemania. Nos relata como en el siglo XIX compañías más pequeñas se fusionaron para dar paso a las grandes industrias de estos países realizando una especie de segunda revolución industrial gracias a los avances tecnológicos de la implementación de la energía eléctrica. Las compañías ganaron poder no solo a través de amasar fortunas gracias a la reducción de costos y la automatización de procesos, sino con la compra de voluntades, la injerencia en la política y la creación de fundaciones que influencian en políticas macroeconómicas.
Las guerras mundiales permitieron a estas grandes corporaciones mantener sus privilegios y la consolidación de sus patrimonios y poder de influencia. Pero su poder se basa en la buena administración de sus propios recursos. La especialización de sus trabajadores, el establecimiento de roles específicos, la cadena de mando y autoridad, lo que Max Weber denomina burocracia.
Max Weber fue un pensador alemán de altísimas proporciones académicas. No solo era sociólogo, sino historiador, economista y filósofo. Este hombre desarrolló las ideas centrales sobre las cuales se asentaron las bases de las que serían las grandes corporaciones del siglo XX. Los sistemas burocráticos han sido el mejor mecanismo de organización no solo para entidades corporativas privadas, sino también para el buen gobierno de las administraciones públicas. El uso de comunicación escrita y el valor de los documentos, funciones y procesos, son el ideal de cualquier institución pública. Aun hoy, los enunciados de Weber se estudian en los cursos de administración pública del INAP y son tema central en los talleres introductorios de esa ciencia.
No obstante, Naím propone que, en estos tiempos, aunque la concentración del poder aun es evidente, esas grandes corporaciones o gigantes financieros se tornan cada vez menos poderosos, no se logran mantener en el tiempo y hasta podrían sucumbir ante jugadores más pequeños, incipientes y desconocidos. Este fenómeno de pérdida del poder es la base del libro de Naím. Es decir, como a medida que pierden poder las grandes organizaciones y los líderes que por décadas han sido reconocidos como tales, otros grupos aparecen y ganan dominio de forma simultánea.
Así, describe la lucha entre los grandes actores que durante mucho tiempo fueron dominantes y los nuevos micropoderes que comienzan a destacarse en los diferentes ámbitos de la sociedad: económico, social, político y, el más importante, el humano. En palabras de Naím, “El poder es cada vez más fácil de obtener, más difícil de usar y más fácil de perder”. Afirmar que el poder se está volviendo más frágil y vulnerable contradice la opinión general de que vivimos en una época en la que el poder está cada vez más concentrado y que, quienes lo poseen, son más fuertes y están más afianzados que nunca.
En mi opinión, Guatemala no es la excepción y ha estado viviendo bajo las premisas desarrolladas por Naím. Los últimos gobernantes de nuestro país, cada día van teniendo menos incidencia en la toma de decisiones. En los próximos años veremos como las consultas comunitarias serán el punto de partida para las políticas públicas. La búsqueda de consensos acorralará a los gobernantes ante una sociedad cada vez más organizada.