El jueves por la tarde, lo indecible sucedió a través de una fotografía que, en términos resumidos, me mostró algo que mis ojos no habían visto jamás: la composición del Parque a Benito Juárez.
Soy una de las primeras personas que ha observado la fotografía, tomada desde las alturas, del reconocido lugar de Xela sin sus 18 gigantes árboles de pino y ciprés, erradicados para siempre del universo, con una excusa relacionada con el pudrimiento de sus raíces.
No sé si dicha justificación sea verdad o no.
A pesar de la nostalgia colectiva que produce el hecho, la captura de la imagen desde la posición de dron permite explorar con interés cómo está organizado el parque.
Me agrada iniciar en su centro, donde se encuentra el templete, luego descubrir que tiene ocho caminos que conducen, todos, a diferentes direcciones. El lugar donde están los baños se me hace tan pequeño desde la posición que observo. Además, me intriga descubrir (o imaginar) qué es lo que tiene adentro ese cuartito del otro extremo que toda mi vida lo he visto cerrado. La fuente y el monumento al expresidente mexicano permiten elegir, cada uno en su lado del parque, entre dos caminitos que se vuelven a unir.
En verdad, es una fotografía que entretiene y me permite paso para el recuerdo, ya que cuando era niño, caminaba casi todos los días con mi mamá por ese lugar.
Me parece una fotografía muy curiosa, porque me invita a explorarla. Es indecible, porque no siento que quiera tratar de explicarla; mucho menos buscar definirla, sino, por esta vez, solo quiero sentarme y comenzar a recorrer con mi dedo índice todos esos caminos que me propone.
José J. Guzmán (Quetzaltenango, 1993). Licenciado en Comunicación Social y estudiante de la licenciatura de Psicología. Más de 10 años de experiencia en medios de comunicación. Tiene un libro de poemas publicados: “La Escena Absoluta” (2012).