El término «violencia contra la mujer» ha sido, sin duda, una poderosa herramienta para visibilizar y abordar un problema profundamente arraigado en nuestra sociedad. Sin embargo, su uso excesivo o malinterpretado puede desdibujar su significado y diluir su impacto. El abuso del término comienza cuando se emplea de manera indiscriminada o descontextualizada, sin considerar la complejidad de las situaciones que implica. Por ejemplo, etiquetar cualquier desacuerdo o conflicto entre géneros como «violencia contra la mujer» puede trivializar casos genuinos y desviar la atención de las verdaderas formas de violencia que enfrentan las mujeres, como la violencia doméstica, el acoso sexual o la trata de personas.
Además, su uso excesivo puede generar un efecto de desensibilización en la sociedad, haciendo que la gravedad del problema pase desapercibida. Cuando todo se cataloga bajo el mismo término, corremos el riesgo de perder de vista las diferencias en cuanto a gravedad, impacto y contexto de cada situación. Lo que resta credibilidad a las denuncias que se hacen y que tanto valor y dolor conlleva en las mujeres valientes que se animan a hacer la denuncia. Otro aspecto crucial es el de la instrumentalización política o ideológica del término. Cuando se utiliza como arma arrojadiza en discusiones partidistas o como justificación para políticas excluyentes, se desvirtúa su propósito original de proteger y empoderar a las mujeres. Esto no solo socava la lucha contra la violencia de género, sino que también puede generar divisiones y polarización en la sociedad.
Por último, el abuso del término puede llevar a una victimización perpetua, donde las mujeres son vistas únicamente como víctimas indefensas, negando así su agencia y capacidad de acción. Si bien es crucial reconocer y combatir la violencia que enfrentan, también es importante destacar la resistencia, la resiliencia y el protagonismo de las mujeres en la lucha por la igualdad y la justicia. Y resaltar que muchas veces aprender habilidades como la resolución de conflictos, formarse en comunicación asertiva evitaría en gran parte esta forma de querer hacer que todo sea catalogado como violencia, el adquirir habilidades para resolver conflictos nos ayuda a la convivencia dentro de la sociedad en la que vivimos. Para resolver conflictos de manera adecuada debemos trabajar al menos estos 5 aspectos: Comunicación abierta: Escuchar activamente a todas las partes involucradas para entender sus perspectivas y preocupaciones. Empatía: Reconocer y validar los sentimientos y puntos de vista de cada persona involucrada en el conflicto. Búsqueda de soluciones: Trabajar juntos para encontrar opciones que satisfagan las necesidades de todas las partes. Compromiso: Estar dispuesto a ceder en ciertos aspectos para llegar a un acuerdo mutuamente aceptable. Resolución constructiva: Mantener un enfoque en el objetivo de resolver el conflicto de manera pacífica y constructiva, evitando culpas o resentimientos.
En resumen, el abuso del término «violencia contra la mujer» se produce cuando se utiliza de manera indiscriminada, descontextualizada, con propósitos políticos o ideológicos, o cuando se perpetúa una visión exclusivamente victimizante de las mujeres. Para abordar eficazmente este problema, es fundamental un enfoque reflexivo y contextualizado que reconozca la complejidad de las experiencias de las mujeres y promueva acciones concretas para prevenir y erradicar todas las formas de violencia de género.
Experta en sexualidad, derechos sexuales y reproductivos. Médica General, con especialidad en Ginecología y Obstetricia. Tiene una Maestría en Sexualidad Humana.