Ocultar una situación y aparentar ser algo para quedar bien son formas poco honestas de relacionarse en sociedad, por ejemplo, comprar autos de lujo, realizar viajes ostentosos, comprar solo ropa de ciertas marcas; mientras se adquieren cada vez más deudas y compromisos financieros, que muchas veces se vuelven difíciles de solventar, es una realidad que aunque algunos consideran inexistente, varios guatemaltecos viven en el clásico sistema financiero tratando de mantener un estándar de vida que no es acorde a sus ingresos. El trasfondo: la inseguridad, que da paso a una vida basada en las apariencias.
Lamentablemente el fenómeno no solo se remite a las pertenencias materiales, sino que también se hace visible en las relaciones humanas que se establecen con el entorno, donde el verdadero ser es ocultado por una personalidad maquillada. Una de las explicaciones para entender esta actitud se debe a la imperiosa necesidad de ser aceptado, amado, y sentir que uno es importante para los demás.
Desde pequeños descubrimos que no todo lo que uno dice o hace es aceptado, entonces comenzamos a desarrollar una serie de mecanismos de supervivencia para mantener esa respuesta amorosa y afectiva de nuestro entorno. Sin embargo, esta respuesta adaptativa al medio, en una etapa adulta, se convierte en una respuesta de sobreadaptación y se comienza a actuar con preocupación por obtener esa aprobación de los demás, olvidándose de sí mismos.
Este descuido implica que no hay un interés por identificar las propias necesidades, los objetivos de vida, las cosas o situaciones con que se disfruta, los intereses y capacidades que hacen que cada persona sea única e irrepetible. La emoción que se esconde, según especialistas, es el miedo a ser rechazado y perder aceptación o cariño. Quienes llevan una vida de apariencia regularmente son personas que no han desarrollado todos los aspectos de su ser, y necesitan fingir situaciones emocionales, económicas o relaciones de familia que ya no tienen, o que quizá nunca han tenido, para parecer que están bien; pero no tienen conciencia de sí mismas, no han desarrollado su autoestima y dependen emocionalmente de la opinión de terceras personas.
Mantener ese estatus, imagen de perfección y prestigio no es fácil, mucho menos cuando difiere de la realidad, pero es tal el esfuerzo que se hace por vivir de una apariencia, que tarde o temprano termina por estallar, la verdad se asoma y la persona se libera.
La presión social efectivamente existe, pero no todos respondemos aparentando lo que no somos; lo importante es aprender y aceptar sanamente que puede haber un alto porcentaje que no apruebe lo que decimos o la forma en que vivimos, pero eso no significa que el valor de nuestro ser esté en juego. En otras palabras, las personas que viven honestamente son las que saben que son queridas, aceptadas y valoradas por lo que son en realidad, no por lo que tienen o representan.
En ese momento, el miedo al rechazo pasaría a ser solo parte de la experiencia humana, porque se toma conciencia que resulta imposible controlar las respuestas de los demás. En ese mismo sentido, resulta determinante desarrollar toda nuestra inteligencia, autoestima, autovaloración y conocer el sentido más profundo de la vida; la idea es quitarse el peso de encima y salir de este círculo vicioso.
Al hacerlo, la persona entiende que es mucho más agradable vivir de una forma más auténtica y conectada con sus potenciales, que vivir en la superficialidad. Además, será determinante en este proceso descubrirse las aptitudes, los defectos, lo que gusta de sí mismos, y lo que no tanto, aceptarlo como parte nuestra y construir una mejor autoestima, una certeza interna que le dará coherencia y consistencia a lo que somos, para desde ahí nos podamos relacionar positivamente con la sociedad aportando además al bienestar de otros.
Mercadóloga especialista en Gestión de Proyectos. Capacitadora, motivadora, estratega y analista empresarial.