Juan XXIII en la Pacem un Terris No. 46 afirma: “Una autoridad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho común del país”. Es decir, que toda autoridad debe velar siempre por el bien común de una nación. Este fin de la autoridad no siempre se cumple, puesto que muchos gobernantes, no ejercen su autoridad para servir, sino para servirse de quienes los han llevado al poder.
Todos tenemos que entender que la “autoridad es la cualidad en virtud de la cual personas o instituciones dan leyes y órdenes a los hombres y esperan la correspondiente obediencia”, (CIC, 1897). “Toda comunidad humana necesita una autoridad que la rija. Es necesaria para la unidad de la sociedad”, (CIC 1898).
Hay que resaltar también que “el deber de obediencia impone a todos la obligación de dar a la autoridad los honores que le son debidos, y de rodear de respeto, y según su mérito, de gratitud y de benevolencia a las personas que la ejercen”, (CIC 1900).
Ahora bien, ¿Cuál es la realidad? Desde hace varios años he venido observando el comportamiento de muchos guatemaltecos respecto al valor de la autoridad. Mi paso por diversos puestos de trabajo me ha ayudado a comprobar que el respeto a la autoridad, en nuestros días, es una utopía.
Los últimos acontecimientos llevados a cabo en México entre el crimen organizado y las autoridades, es una muestra de cómo se ha perdido este valor en la sociedad actual. Sin ir muy lejos, hace algunos días circuló un video en Guatemala, en donde se percibe a una persona desafiando y amenazando a la autoridad con un arma de grueso calibre.
Esta falta de respecto a la autoridad también es muy palpable en el ámbito religioso. Muchas veces los superiores están de adorno, porque sus miembros hacen lo que se les ocurre. La falta de respeto se observa no sólo en el sentido de que el superior manda una cosa y los súbditos hacen otra, sino también en esa actitud hipócrita de juzgar a quien tiene la autoridad.
La falta de respeto a la autoridad se observa también en algunos laicos. Hay laicos en algunos espacios dentro de la iglesia que “les vale madre la autoridad”. Algunos creen que “ellos” son la autoridad y que pueden hacer lo que quieran. Y de hecho es así: hacen lo que quieren, como quieren y donde quieren.
Considero que es tiempo de que en las instituciones se comience a respetar la autoridad. “Respetar la autoridad” no es besarle los pies al superior o a quien ejerce la autoridad. “Respetar la autoridad” significa que las personas deben caer en la cuenta de que, en toda institución, siempre hay alguien responsable de orientar, aconsejar y guiar a la comunidad.
El desafiar a la autoridad en el ámbito civil y religioso, es un peligro para cualquier institución en la sociedad. Un país no debe permitir que un ciudadano amedrente e intimide a la autoridad. En las empresas y en cualquier institución, no se debe permitir que los súbditos intimiden y amenacen. Hay que poner orden.
Por nuestra parte, los que tenemos una pequeña dosis de autoridad, tenemos que traducirla en servicio. Y los que están bajo nuestra autoridad deben comenzar a entender que en cualquier institución hay siempre alguien que manda y dicta las normas, y que ellos tienen que ser partícipes de una obediencia dialogada. El mejor ejemplo de autoridad es Cristo. Su autoridad la tradujo en servicio al prójimo. Lo mismo hagamos nosotros. Aprendamos a respetar y a obedecer a la autoridad. Esto nos permitirá construir una mejor sociedad y una mejor iglesia.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.