En Guatemala hace a penas unos días se abrió el país, luego de casi siete meses de toque de queda. Unos están a favor, otros en contra. Considero que todos colaboramos para que las consecuencias de este virus no hundiera más a Guatemala. Las opiniones acerca del actuar del Gobierno Central son diversas. Algunas opiniones son expresadas con argumentos lógicos; la mayoría de opiniones, pues son “opiniones” expresadas según la percepción de cada quien. Y como hay libre expresión de pensamiento, pues se vale.
Ahora tenemos que irnos adaptando nuevamente a los cambios paulatinos de la apertura del país. Quiera que no, nos hemos acostumbrado a los cambios que obligatoriamente nos trajo el Coronavirus: estar en casa más tiempo, no asistencia a restaurantes, recibir clases desde la cama, impartir clases desde la comodidad de la casa, entre otros. Poco a poco, primero Dios, volveremos a la nueva normalidad; una nueva normalidad que nos exige el uso de mascarilla, gel, careta y el distanciamiento social.
¡Cuántas anécdotas hay en nuestra memoria! Tenemos mucho que contar a las generaciones futuras. Pero para poder tener el privilegio de contar nuestras historias mañana, tenemos que cuidarnos. Siempre he dicho que la responsabilidad para sacar adelante a un país no es sólo del gobierno. Algunos apedrean sin la más mínima pisca de educación a las autoridades, pero (sin defender a nadie) ya los quisiera yo ver gobernar un par de días a este país. Si cuesta quedar bien con la propia familia, ya se imaginan quedar bien con todos.
Ahora bien, ¿Qué estamos dispuestos a hacer desde la cotidianidad? Sólo con tirarnos piedras unos a otros, este país no saldrá de la pobreza y subdesarrollo en el que está metido. Dejemos a un lado la crítica negativa. Aprendamos a hacer crítica sana y constructiva. Eso de “pelarnos” unos a otros a las espaldas no sirve de nada. La hipocresía le ha hecho mucho daño a Guatemala y a la iglesia. Aprendamos a decir las cosas cara a cara; y si no tenemos nada qué decir, pues “calladitos nos vemos más bonitos”.
A partir de ahora, la responsabilidad de cuidarnos es de cada uno. La responsabilidad y la prudencia son dos valores que debemos poner en práctica. Todos hemos sido afectados muy de cerca por este virus. Es necesario pedirle a Dios que este virus desaparezca, pero nosotros los humanos tenemos que ser disciplinados en el uso de la mascarilla, gel, careta y el distanciamiento social. No bajemos la guardia.
El Estado de Calamidad legal en papeles ya no existe. Pero el “estado de calamidad” de los guatemaltecos y centroamericanos sigue vigente. ¿Qué está dispuesto a hacer para superarlo? Para muestra de un botón, ahí está la caravana de hondureños.
Luchemos cada día por mejorar nuestro estado de calamidad emocional y espiritual. Si se hace el esfuerzo para superar el estado de calamidad psicológico, el cual sí es muy dañino, adquiriremos la capacidad para superar los estados de calamidad de pobreza mental y material, falta de educación y pocas fuentes de trabajo en los que está sumida Guatemala.
En estos momentos Guatemala y la Iglesia no necesitan “quejones crónicos”. Se necesitan chapines que tengan el coraje de pensar por sí mismos y que tengan un corazón grande para amar.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.