Desde el año pasado hasta el día de hoy, el mundo ha sido golpeado por al Covid-19. Guatemala y nuestros pueblos han sido testigos de esta pesadilla; pesadilla, sobre todo para quienes hemos compartido muy de cerca con personas que han perdido a sus seres queridos a causa de este virus.
En las últimas semanas he venido escuchando experiencias de personas que han estado y están conviviendo con esta enfermedad. Algunos han logrado vencer el virus; otros, lamentablemente han perdido la vida. A pesar de que los hospitales están saturados de enfermos Covid-19, hay una buena cantidad de personas que aún no creen en la existencia de este virus. Parece que están esperando contagiarse para poder creer en su existencia.
Miren, la vida es el regalo más grande que Dios nos ha dado. Y la vida hay que cuidarla y protegerla lo más que se pueda. Si en verdad amamos nuestra vida, tenemos que tomarnos en serio esta enfermedad y comenzar a respetar el protocolo preventivo establecido para esta enfermedad.
No esperemos estar contagiados para comenzar a ser más responsables en el trato con la enfermedad. Si usted no cree, se respeta su decisión, pero no ponga en riesgo la vida de otras personas que sí aman su vida.
La semana recién pasada tuve la oportunidad de vacunarme. Muchos no creen en la vacuna, pero considero que cuando llegue la oportunidad de vacunarse hay que hacerlo, pues es una manera de prevenir el virus. La responsabilidad de cuidarnos no es solamente del gobierno. La responsabilidad principal es de cada uno. ¿Cómo? Use mascarilla, gel antibacterial, lávese las manos constantemente y evite aglomeraciones.
Uno de los valores que necesitamos poner en práctica en estos tiempos de pandemia es el amor. Si de verdad decimos que amamos a Dios y al prójimo, éste es el momento de demostrarlo. Respetemos el protocolo establecido para reducir los contagios, no discriminemos a quienes están contagiados, recemos por todos los enfermos Covid-19 y cuando tengamos la oportunidad de vacunarnos, vacunémonos.
El Covid-19 no es una broma del mal gusto. Es una enfermedad real. Es un reto personal, familiar, institucional y social. Y hay asumirlo como tal. Sé de personas que desde el año pasado no han salido para nada, por miedo al contagio. Por otro lado, también conozco personas que les vale todo y no toman ni la más mínima precaución. Los extremos no sirven.
No soy partícipe de una cultura de miedo, pero sí creo en una cultura de la prudencia y de la prevención. El miedo exagerado se convierte en trastorno. Hay quienes han terminado con las manos completamente dañadas de tanto gel que usan; y otros están encerrados en cuatro paredes.
El reto para todos está en aprender a vivir con el virus. Si no aprendemos a socializar con el virus, pues quienes están encerrados pasarán, mínimo, unos sus tres o cinco años en esas circunstancias. No espere que el gobierno lo encierre y le ponga un toque de queda. Nosotros podemos ponernos nuestros propios toques de queda personales y familiares. Si el hombre colabora con Dios, Dios se solidariza con el hombre.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.