Dentro de cada ser humano, hay una buena cantidad de heridas, causadas en los primeros años de vida. Son esas heridas las que nos impiden vivir equilibradamente en el presente. Es importante tomar conciencia de las personas que nos causaron esas heridas, y perdonarlas; porque solamente el perdón puede sanar esas heridas que nos siguen haciendo daño hasta el día de hoy. ¿Qué heridas son? No lo sé, cada uno necesita hacer un proceso de introspección que incluya la oración.
Pero, generalmente esa herida que se lleva dentro es causada por exceso de amor o por ausencia de amor. Hay mamás demasiado sobreprotectoras con sus hijos que no les dejan nunca ser lo que ellos quieren ser; es una sobreprotección que formará hijos mediocres. Pero también hay padres que quieren formar a sus hijos a puro golpe, y nunca hay palabras de afecto. Las heridas surgen por ambos comportamientos.
Lamentablemente cada quien hace daño por donde le hicieron daño. Entonces, es indispensable iniciar un proceso de reconciliación y de perdón con quienes gestaron esas heridas. Porque mientras no nos reconciliemos con esa parte vulnerada, jamás seres plenamente felices en el “aquí y ahora”.
¿Por qué digo esto? Porque esas heridas acumuladas son las que producen rencor, odio y envida en nuestra vida, y si no hacemos nada para erradicarlas, podemos aferrarnos a ellas y desde nuestro interior generarán venganza y destrucción, tanto en nosotros mismos como en los demás. Es importante perdonarse así mismo, para luego perdonar a los demás seres humanos.
En el judaísmo el perdón tenía tarifas, es decir, que dependiendo de la magnitud de la ofensa así era el perdón; y ese perdón era concedido hasta un máximo de cuatro veces. Por eso es lógica la pregunta de Pedro: Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo qué perdonarlo? ¿Hasta siente veces? Y Jesús le contestó: No sólo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete, (Mt 18,21-35).
¿Cuál es la media del perdón? Considero que la medida del perdón para las personas que me han hecho daño es la medida que ha tenido el Dios con cada uno de nosotros. Preguntémonos ¿Cuántas veces he ofendido a Dios a largo de mi vida? Pienso que no han sido solamente dos, tres o cinco veces. Las veces que le hemos fallado a Dios son muchísimas. Y por eso ¿Dios me tiene rencor? Dios me ha perdonado sin medidas ni condiciones, sin esperar nada a cambio y sin pedirme explicaciones. ¡Qué difícil sería explicarle a Dios con detalles todas las tonteras y pecados que cometemos todos los días!
En la sociedad actual hay suficientes razones para odiarnos y vengarnos unos con otros. El Congreso y la Presidencia de Guatemala, y otros gobernantes del mundo, han dado motivos para odiarlos. Pero ¿Vale la pena seguir alimentado el rencor y el odio en la sociedad? ¿No sería mejor crear espacios y puentes de diálogo para buscar las soluciones más sensatas a los problemas socio-políticos del continente? Los buenos cristianos y honrados ciudadanos (en palabras de Don Bosco) debemos dejar el odio, el rencor y la envida a un lado. Nosotros debemos ser críticos positivos y sembradores de semillas de reconciliación y perdón.
Si queremos vivir en una sociedad menos violenta y agresiva, el cambio debe comenzar dentro de cada persona. La cultura del perdón comienza en el hogar. Cambie los gritos violentos por palabras edificantes y los golpes físicos por abrazos de comprensión.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.