La amargura está a la orden del día. Hay que tener cuidado, para no contagiarse de este virus que envenena la vida de los demás, si no se tiene la capacidad para protegerse de la misma. Cuando una persona está mal lo expresa a través de su rostro, pero también a través de sus pensamientos y la manera cómo expresa lo que siente.
Normalmente una persona amargada tiene una historia personal con muchos baches por arreglar. Lo peor es que ella no se da cuenta de cómo actúa; no cae en la cuenta de que está haciendo daño por donde le hicieron daño. Para quienes padecen de este tipo de personalidad estilo mosca, valdría la pena buscar ayuda, para salir del laberinto en donde se encuentran.
Las personas amargadas son muy quisquillosas, no se les puede decir nada, y por todo se molestan; son incapaces de integrar los estímulos que vienen de fuera. Se sienten atacados y ofendidos casi todo el tiempo. Condenan fácilmente, puesto que se sienten perfectos e intachables en su pensar y actuar. Son incapaces de verse en su propio espejo para darse cuenta que están peor que las personas a quienes critican.
Las instituciones públicas y privadas de toda índole tienen que tener un buen filtro para que estas personas no se les cuelen, porque seguramente llegarán a causar problemas a la institución. Y las instituciones religiosas y no religiosas que ya tienen en sus haberes a muchas personas amargadas, pues les deseo cristiana resignación y mucha paciencia. Si les es posible hay que cortarlas de raíz, porque el mal y la amargura hay que cortarlo de raíz, pero si no depende de ustedes, los dueños y administradores tienen que tener el coraje de hablar con los amargados y decirles que necesitan ayuda psicológica lo más pronto posible.
Ahora bien, la amargura tiene su génesis en un pasado desgraciado y convulsionado de la persona. Son personas que por lo general no fueran amados como se debía, y esa ausencia de amor en la niñez, les convierte en un dolor de cabeza para los demás.
Una persona amargada, amarga la vida de los demás, si éstos se lo permiten; porque el que está entre la miel algo se le pega. Esto no hay que permitirlo. Hay que ser inteligentes para detectar a las moscas y personas amargadas, y no dejarnos manipular por ellas.
A las personas amargadas les sugiero que no hagan daño por donde les hicieron daño. Que no se autodestruyan con mensajes negativos, que no se comparen con nadie y que no vivan en el pasado. La culpa de que ustedes sean amargados no es de nadie; es de ustedes. No es justo embarrar a los demás con ideas falaces.
Es importante también reflexionar sobre el génesis de la amargura. Posiblemente el origen de la amargura está en las decepciones, en las traiciones experimentadas con anterioridad, el no haber alcanzado ciertas metas que uno se propuso. Lo que se tiene que hacer es buscar ayuda para que de aquí en adelante la persona amargada aprenda a manejar adecuadamente sus emociones. Los que somos felices ayudemos a los amargados. Pero si no quieren cambiar, dejémoslos tranquilos. Nosotros tratemos de no hacernos bolas, seamos felices, aunque el mundo se nos esté cayendo encima. Recordemos que la alegría y la felicidad son un don de Dios una decisión personal.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.