Recientemente, escuche la historia bíblica de un hombre llamada Naamán, la biblia lo describe como un hombre muy estimado y favorecido por el gobernante de ese tiempo, lamentablemente este hombre poseía una enfermedad que seguramente no le permitía vivir de manera normal, permítame resumir la historia y parafrasearla; al enterarse Naamán que había una forma de erradicar esta enfermedad, viajo recomendado por el Rey, al indicarle el proceso por medio del cual se iba a sanar, se molestó en gran manera, manifestando, molestia, enojo, arrogancia, soberbia o enfado de manera exagerada ante la contrariedad de no ser atendido como él esperaba; para no hacer tan extensiva la explicación, este hombre tuvo que acceder y realizar el paso a paso para obtener el beneficio de su salud.
Un síntoma bastante marcado de la soberbia de este personaje es cuando expresamente describe el plan de Dios como un plan poco ajustado a su personalidad, error muy grande… he escuchado decir: ¿Por qué X persona está en esta situación si es una persona tan buena que merece estar en otras condiciones?, ¡Cuidado! Esa es una manifestación de soberbia, ya que se hace de manifiesto el deseo de ser preferidos, basados en la satisfacción de la vanidad.
Vivir de manera consciente consigo mismo es reconocer que todos tenemos debilidades, puede ser que florezcan a piel las virtudes y fortalezas, eso no significa que tengamos debilidades.
En muchas oportunidades nuestra enfermedad, o cualquier circunstancia, va mucho más allá de un estado físico, a veces está íntimamente ligado o a nuestras emociones o sentimientos.
Para reflexionar esta semana: “el orgullo acaba en fracaso, la honra comienza con la humildad” (P.18:12)