La educación superior, en la época actual, enfrenta una serie de desafíos y a ello se suma el aumento de la exigencia de la calidad del proceso, en parte por el constante desarrollo tecnológico y por la demanda de la sociedad de avanzar en el conocimiento y generar más y mejores profesionales.
Estos desafíos quedan resumidos en la visión propuesta en la declaración mundial sobre la educación superior en el siglo XXI de la Unesco: Igualdad de acceso, fortalecimiento de la participación y promoción del acceso a las mujeres, promoción del saber mediante la investigación en los ámbitos de la ciencia, el arte y las humanidades y la difusión de resultados; orientación a largo plazo fundada en la pertinencia, reforzar la cooperación con el mundo y el análisis y la previsión de la sociedad; la diversificación como medio de reforzar la igualdad de oportunidades, métodos educativos innovadores: pensamiento crítico y creatividad; y la identificación de los principales protagonistas: el personal y los estudiantes (Unesco.org, s.f.).
Lo anterior, sin embargo, implica sortear una serie de dificultades que no surgen precisamente de lo educativo, sino de asuntos más profundos como lo cultural, económico y político; por ello, quedan dos vías, que la mejora de los ámbitos referidos permitan que la educación superior se desarrolle en condiciones más favorables para alcanzar los objetivos, o que la propia educación superior emprenda la transformación y renovación más radicales que haya tenido, y esto repercuta en todos los ámbitos (Unesco.org, s.f.).
Para comenzar, la educación superior en nuestro país no responde en definitiva a ese concepto, y queda limitada a la instrucción –docencia–, sobre todo ante la escasez de investigación, lo que en todo caso se podría llamar formación universitaria, pero no educación superior (Capacitación en investigación, 2013).
Aun y cuando ese primer punto sirve para reflexionar sobre la necesidad de replantear el proceso de educación en este nivel, y sería tema suficiente para abordar en este texto, existen otras problemáticas, de las cuales las principales han sido identificadas como las siguientes: cultura de corrupción arraigada a nivel individual como en instituciones públicas y privadas, y que alcanza a la educación; falta de una visión y misión claras, acordes a la visión de país –tampoco existente o definida claramente–, que permitan orientar la formación superior en todas las universidades, indistintamente de la ideología particular; y la mercantilización de la educación, como cualquier otro bien o servicio.
Es conveniente analizar estas situaciones de manera individual para tener una mayor claridad de sus implicaciones, causas y posibles soluciones.
Respecto a la corrupción, entendida como la práctica consistente en la utilización de las funciones y medios en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores (RAE.es, s.f.), es un flagelo que no se limita a las instituciones de Gobierno, sino que se manifiesta también en el ámbito privado; esto como consecuencia de una sociedad acomodada y carente de valores, que encuentra en esta mala práctica la forma de cumplir sus “objetivos”, a través de favores de distinta índole, sin esfuerzo. Pero se refleja sobre todo en el interés económico, principal motivo de la corrupción junto con los espacios de poder, como fin último, bajo lo cual, quien así actúan, crean un grupo a su alrededor que les proporcione la seguridad en cuanto a las acciones ilícitas o indebidas que realicen.
Mientras la falta de una visión de país, impide unificar criterios y esfuerzos que ayuden a mejorar las condiciones de vida de la población; esto es una debilidad general, que luego afecta a las instituciones educativas en el sentido de que no existe una claridad de hacia dónde se debería ir, qué tipo de profesionales son los que hay formar, para qué tipo de sociedad, bajo qué necesidades, con qué aptitudes, qué tipo de país es el que se desea y, en consecuencia, qué debe aportar la educación formal. Todas estas preguntas carecen de respuesta, y las entidades universitarias, tratan, en la medida de lo posible, de atender a estos aspectos basándose en ideas generales y con base en su propia ideología –algunas veces inexistente y en otras sin estar totalmente sustentada–.
Otra problemática la constituye la mercantilización de la educación, el interés económico, el lucro a través de la instrucción, como en la antigua Grecia con los sofistas. La educación es en nuestro país uno de los principales negocios, el cual ha sido aprovechado ante la creciente demanda y bajo la idea que se ha propagado de que la educación es la solución para todos los males –no tan alejada de la realidad–, pero que ha servido para ofrecer toda clase de opciones educativas con la intención de atraer cada vez más estudiantes y mayores ingresos. Por ello, esa necesidad en la población de obtener un título, olvidándose de la calidad educativa, de ofrecer las mínimas condiciones de infraestructura para el proceso enseñanza-aprendizaje, de que el país necesita un verdadero cambio y que la academia debe promoverlo a través del pensamiento crítico y la investigación.