En la Biblia encontramos un versículo hermoso, específicamente en el capítulo 9 del libro de Isaías, que dice, “porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Príncipe de Paz”.
Independiente de religión y las creencias de cada quien, la celebración de la Navidad se resume en la llegada de Jesús a la tierra, como parte de un plan perfecto de salvación para la humanidad, aunque muchos pretendan aún negarlo, es inefable que, a raíz de este acontecimiento, la historia se dividió en 2: antes y después de Cristo.
El Nacimiento de Jesús es indiscutiblemente uno de los acontecimientos más grandes en la historia de la humanidad, y aunque no se trata de una fecha específica, es esta época del año la que fue elegida para hacerlo, quizá porque al finalizar el año la mayoría nos tomamos un tiempo para reflexionar en cuanto a las cosas que hemos hecho y las que aún anhelamos realizar; y el lugar que le demos a ese Ser Supremo en nuestras vidas debe ser prioritario.
Esta es una época en la que también los sentimientos afloran, en el ambiente hay un anhelo por compartir y estar más cerca de nuestros seres queridos, aún las actividades cotidianas se vuelven más especiales, lo que sin duda genera más movimiento en las calles, centros recreativos y comercios, porque, aunque no sea el propósito de esta celebración, la misma promueve que haya más convivencia a través de diversas actividades.
Lamentablemente también es la época del año en que según las estadísticas mucha más gente se deprime, llegando incluso a registrarse cantidades exorbitantes de suicidios, por lo que es necesario recordar que, a pesar de disfrutar de la convivencia, los regalos y las personas cercanas, no son estos los que debieran llenar los vacíos que puedan existir en nuestros corazones, pues finalmente no es este el propósito fundamental de celebrar la Navidad.
En la cita bíblica que mencionamos al inicio, cuando se anuncia el Nacimiento de Jesús se le nombra como Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz; y aunque cada uno de esos nombres tiene un significado muy especial, hoy quiero enfatizar en “Príncipe de Paz”; pues como ya dijimos, en muchos casos durante esta época del año nos llenamos de cualquier cantidad de cosas, pero no nos llenamos de paz; menos cuando limitamos la Navidad solo a lo económico o bienes materiales.
Comercialmente es la época más fuerte del año, toda clase de comercio se abarrota y el consumo favorece a la economía, sin embargo, cuando todo se reduce a esto, sin importar incluso los compromisos financieros que adquiramos y que inevitablemente después nos pasarán la factura, todos esos vacíos existenciales solo se incrementan, lo cual nos generará frustración, y esta será manifiesta a través de la hostilidad, misma que nos llevará en una dirección muy distinta a la paz que todos ansiamos.
La paz que debemos anhelar para nuestra vida es esa paz que sobrepasa todo entendimiento, la paz que nos permite confiar a pesar de las circunstancias, una paz que en medio de las adversidades nos permita seguir brillando, esa paz que será la única que le dé un sentido real a esta celebración, por eso el Nacimiento de Jesús debe ser en nuestros corazones, porque cuando esto suceda, nunca más volveremos a estar solos y en nuestra vida no cabrá más la depresión.
Mercadóloga especialista en Gestión de Proyectos. Capacitadora, motivadora, estratega y analista empresarial.