PERSPECTIVA
El 1 de noviembre se celebra el Día de todos los Santos. Un día dedicado a todos aquellos hombres y mujeres que han dejado una huella positiva durante su paso por este mundo; una huella que aún sigue cambiando el corazón de miles personas en el mundo.
A pesar de que, por naturaleza, todos estamos inclinados a hacer el mal, también es cierto que “todos en la Iglesia, ya pertenezcan a la jerarquía, ya pertenezcan a la grey, son llamados a la santidad. Esta santidad de la Iglesia se manifiesta incesantemente y se debe manifestar en los frutos de gracia que el Espíritu Santo produzca en los fieles; se expresa de múltiples modos en todos aquellos, que con edificación de los demás, se acercan en su propio estado de vida a la cumbre de la caridad; pero aparece de modo particular en la práctica de los consejos evangélicos”, (LG 39). Este es uno de los grandes dones del Concilio Vaticano II, porque deja la puerta del cielo libre para quienes deseen y aspiren entrar a la casa del Padre.
Para ser santo no se necesita ser sacerdote, Obispo, Papa o religioso; para ser santo es indispensable, en palabras de la Lumen Gentium practicar la caridad y los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia; lo cual no es fácil, pero en nombre de Dios, es posible.
Dios constantemente nos está invitando a esta vocación universal a la santidad: “Sean santos, porque, yo, el Señor, soy santo”. ¿Qué nos sugiere este texto para ser santos? No odiar a nuestros hermanos, aunque haya miles de razones para hacerlo; no vengarnos de nuestros hermanos, aunque a veces, ganas no nos faltan. Pero sobre todas las cosas: ama a tu prójimo como a ti mismo”, Lev 19, 1-2.17-18).
Jesús insiste mucho en que, para ser santos, un requisito esencial es “amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos odian y hacer oración por los que nos persiguen y calumnian”. Sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto, (Mt 5, 38-48).
La santidad es un regalo, un don Dios para quienes acepten que el primer paso para ser santos es reconocer a nivel personal que se es pecador. Humildemente hay que aceptar que a cada instante estamos quebrantando los mandamientos y consejos evangélicos que se nos han dado como herramienta para estar en sintonía con Dios. Y que, mientras yo no acepte que soy pecador, que no hago la voluntad de Dios siempre en vida, difícilmente estaré preparado para comenzar el camino que me conduzca a la santidad.
Posiblemente para muchos la santidad es una falacia, es una utopía. Pero no. La santidad es un regalo que Dios da a quienes se lo pidan, y que a la par hagan algo para lograrlo. Entonces ¿Es posible ser santo en el siglo XXI? La respuesta es Sí, si usted y yo queremos. Caso contrario, este don será dado a quienes menos nos imaginemos.
La LG en el No. 39 termina diciendo: Esa práctica de los consejos, que por impulso del Espíritu Santo algunos cristianos abrazan, tanto en forma privada como en una condición o estado admitido por la iglesia, da en el mundo, y conviene que lo dé, un espléndido testimonio y ejemplo de esa santidad.
Practiquemos pobreza, castidad y obediencia; y usemos “el amor” como norma de vida todos los días de nuestra vida.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.