La vida humana es una aventura cada día. Todos los días son diferentes y nos plantean retos y desafíos jamás soñados. En la vida hay ascensos y descensos, tristezas y alegrías, días grises y días felices. Pero la vida es así. Nadie que venga a este mundo se va sin saborear los sabores y sinsabores de la misma.
Viene a mi mente el pasaje bíblico de las bodas en Caná de Galilea: todo iba bien, y de repente se les acaba el vino, que era un ingrediente fundamental en las bodas en tiempos de Jesús, (Jn 2, 1-11). Todo va bien, y de repente aparece el fracaso, las desgracias y los problemas. ¿Qué hacer? Lo que tenemos que hacer es levantar la cabeza en nombre de Dios y continuar esta aventura de la vida. El tiempo no se detiene, y no podemos darnos el lujo de rumiar tanto los problemas. Esto requiere un poco de serenidad.
Algunas veces las causas de nuestros “bajones” emocionales son reales, es decir, hay una causa concreta, visible y consciente; otras veces, las causas de nuestros “bajones” son fruto de chismes elaborados por nuestros enemigos. Por cierto, los enemigos son necesarios en la vida; lo negativo es importante. Los enemigos son oportunidades para crecer y mejorar como personas. En esos bajones emocionales, no nos olvidemos de Dios.
Recordemos que David vence a Goliat con una piedra y una honda. Goliat, un hombre mayor, con experiencia de guerra y bien armado. Las armas de David eran cinco piedras y una honda; era un joven sin experiencia. La diferencia entre David y Goliat está en: “Tú vienes hacia mí con espada, lanza y jabalina. Pero yo voy contra ti en el nombre del Señor…”, (1Sam 17, 32-33. 37. 40-51). Esta es la manera como debemos vencer a nuestros enemigos.
Cuando hablo de enemigos, me refiere a dos tipos de enemigos: los internos y los externos. Los enemigos internos son nuestros propios demonios, tales como: el mal humor, la envidia, el odio, los vicios, etc. Contra estos enemigos nuestros, hay que luchar; y hay que luchar en nombre de Dios. Dios es la clave para liberarnos de esos enemigos que nos convierten en esclavos de nuestras propias pasiones desordenadas.
Ahora bien, a los enemigos externos también hay que vencerlos en nombre de Dios. Las mejores armas que podemos utilizar para derribar a nuestros enemigos externos son: la oración, la lectura de la palabra de Dios y la práctica de los sacramentos. Las armas de la fe son las mejores para derribar a nuestros enemigos. Deseando el bien es como se vence a quien quiera hacernos daño.
Uno de los enemigos que anda por todos lados es la envidia. La envida “es un sentimiento o actitud social, de carácter penoso, que surge en el individuo al ver que otro consigue o posee lo que a él mismo le falta o desea. Es una forma de conducta en la que una persona trata de menospreciar, ignorar o ridiculizar el valor de los méritos ajenos, con el propósito de evitar sentirse inferior. Se desea hacer descender a los demás a un nivel inferior al suyo”, (Vidales, 2012).
Un ejemplo claro de envidia es la actitud que asumió Saúl ante el triunfo de David: las mujeres cantaban: “Mató Saúl a mil, pero David a diez mil. Desde entonces, Saúl miraba a David con rencor y planificó matarlo”, (1Sam 18, 6-9; 19, 1-7). El envidioso es chismoso, dice e inventa cosas, con tal de destruir a su hermano. Nunca olvidemos que la vida nos devuelve lo que le damos.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.