Decía santo Tomás de Aquino (1225-1274) que “bello es aquello que a simple vista agrada”. Por ejemplo, contemplar una bella puesta del sol, una pintura o escuchar nuestra música favorita. La belleza tiene una dimensión subjetiva y objetiva. En lo “bello” hay simetría y armonía. Para que algo sea bello requiere unidad en la variedad, proporción, ritmo y simetría. Además, se requiere de condiciones sentimentales como la expresión, la vida y la emotividad.
No me quiero centrar en la belleza de los objetos, sino en la belleza de las personas. Un hombre bello, una mujer verdaderamente bella, es aquella en cuyos pensamientos, sentimientos y acciones hay armonía. Lo que hace que una persona sea plenamente bella es que tenga pensamientos positivos, buenos sentimientos y acciones agradables hacia los demás. Hay personas que, con tan solo verlas, se siente su belleza interna. Por el contrario, hay otras que, con sólo verlas, dan ganas de salir corriendo.
Cuando usted observa una rosa o una orquídea, ¿Dónde está la belleza? ¿En la flor? ¿En usted? Para quienes digan que en la flor (objeto) son objetivistas; para quienes digan que, en el sujeto pensante, son subjetivistas. Desde mi punto de vista, la belleza de una flor está en ambos: en el objeto (flor) y en el sujeto (persona). Es la flor la que estimula su belleza al sujeto; y es el sujeto, quien afirma esa belleza.
Ahora bien ¿Se considera usted una persona bella? ¿Soy una persona bella? Las respuestas a estas preguntas son personales. Si usted es amable, cordial, humilde, cariñoso, disciplinado y con una buena autoestima, es una persona bella. Pero si usted es una persona déspota, tirana, amargada, malhumorada y con una gran dosis de pensamientos negativos, definitivamente no es bella. Es indispensable buscar ayuda para mejorar su manera de ser y estar en el mundo.
Lo que hacen “feas” a las personas no es el color de su piel, su físico, su cultura o bien la cara que tiene. Lo que las hace feas es su rabia, sus miedos, su resentimiento y el odio que experimentan en carne propia, hacia sí mismos y en sus relaciones con el entorno. Son feas porque dejan su veneno por todos lados.
Para convertirnos en personas plenamente bellas, sugiero que mejoremos nuestra baja estima. “Todos solemos tener dudas sobre nosotros mismos debido a las experiencias vividas en la infancia. Estas dudas acaban almacenándose en el inconsciente y, a medida que pasan los años, aumentan cuando fracasamos en alguna empresa o no conseguimos lo que deseábamos”, (Yogendra, 2007). Esa pobre imagen que nos formamos de nosotros mismos influye en nuestra belleza interior.
Según el autor antes citado, “la culpabilidad es una sensación de consternación, de no saber si hemos actuado bien o mal”. Los sentimientos de culpa y la baja estima nos convierten en personas desagradables para los demás; y en consecuencia personas “cae mal”. Tiremos al bote de basura esa culpabilidad que venimos cargando desde hace muchos años. Usted no es culpable de nada. Lo que a alguien le pasó, le pasó porque así estaba escrito en el libro de su vida.
Finalmente creo que, para ser personas bellas y agradables, necesitamos perder el miedo, dejar el miedo a un lado. “La causa básica del miedo es el desconocimiento o ignorancia. Cuando hemos padecido alguna clase de sufrimiento, el miedo a lo desconocido se transforma en el miedo a sufrir”, (Yogendra, 2007).
En conclusión, para ser personas bellas es urgente mejorar nuestra autoestima, liberarnos de la culpabilidad y superar el miedo al qué dirán, a ser criticados, al abandono y al desconocimiento de sí mismos. Cuanto más se conozca, menos miedos tendrá.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.