A todos, en algún momento de la vida, nos ha tocado experimentar la soledad. Ese sentimiento de sentirse sólo con la soledad es grandioso y trascendente, porque nos permite escuchar nuestras propias voces. Estoy hablando aquí de una soledad sana, que me acerca a mí mismo y me hace sentir la presencia de Dios que me susurra al oído: “no estás solo, no estás sola. Yo estoy contigo”.
La soledad sana nos abre puertas a horizontes jamás soñados y experimentados. En este momento en el que estoy escribiendo este artículo, estoy sólo, experimentando la soledad que me hace tomar conciencia de mis sombras y de mis cualidades. Cuando se está viviendo la soledad, lo único que se escucha son los ruidos de la gente que está afuera, en la calle o en sus casas. Se escuchan muchos otros ruidos, propios de una sociedad que siempre está en movimiento.
Hay personas que afirman que la soledad es su mejor compañía. Y es cierto. No estoy afirmando que la vida social y las relaciones de amistad queden al margen de mi vida. Somos seres sociables por naturaleza, y el contacto con los demás es importante para crecer como personas. Lo que sí es cierto es que cuando se experimenta la soledad, uno entra contacto con las fibras más profundas de nuestro ser, y hasta podemos llorar con esa soledad que me acompaña en ese preciso momento.
Con la soledad se puede dialogar de muchas cosas. La soledad no me juzga. La soledad me dice, si lo que estoy haciendo en el presente vale la pena y tiene sentido o no. La soledad me hace reconocer mis propias debilidades y mis mejores dones con los cuales puedo transformar mi vida, mi familia y a la sociedad en general.
De vez en cuando, vale la pena hacer una cita con la soledad, para contarle mil o más historias que no nos atrevemos a contarle a nadie más. A la soledad puedo contarle que como persona me siento realizado, realizada. Puedo contarle que me duele la condena de los demás, que me afecta la muerte de un ser querido. La soledad es esa amiga que nos acepta tal como somos. A la soledad podemos contarle historias de amor que jamás a nadie hemos contado.
¿Se puede ser feliz teniendo como amiga a la soledad? ¿No será la soledad una fuente de depresión y de desencantos por la vida? De ninguna manera. Una soledad bien vivida y sana nos hace felices, porque confirma una y otra vez, que lo que estamos haciendo es lo correcto, y que hacer lo correcto nos hace plenos y autorrealizados.
Todos tenemos un montón de traumas o problemas. Y no siempre tenemos la capacidad de cargar con todos. Pero la soledad bien entendida, puede ayudarnos a liberarnos de todo aquello que venimos cargando desde hace muchos años y que nos está haciendo daño. En esos momentos en los que entro en sintonía con mi yo profundo, descubro que tengo que “soltar” varias cosas o personas que ya no son constructivas para mi vida. Y hay algo mejor: la soledad permite fortalecerme como hombre o como mujer, para seguir dejando un legado positiva en la memoria de la gente. Entonces, cuando experimente la soledad en su vida, no la vea como algo malo, sino como la oportunidad para hablar consigo mismo y con Dios, para luego hacer decisiones acertadas y asertivas que le ayuden continuar con la profesión o vocación que ha elegido. La soledad, en ningún momento tiene que ser fuente de amargura y desconcierto, sino de alegría y felicidad.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.