A pesar de que los seres humanos somos complejos y problemáticos, la vida debería de ser simple y sencilla. Esa simplicidad debe expresarse en nuestra manera de pensar, sentir y actuar. Lo que normalmente sucede es que nos hacemos bolas por todo. Lo peor es cuando incluimos a los demás en los desmadres que a nivel interno tenemos.
Nuestra primera responsabilidad es preocuparnos por nosotros mismos, de nuestros intereses y necesidades. La primera responsabilidad es que cada uno se enfoque en sus quehaceres diarios, y no dirigir su mirada hacia lo que hacen los demás, para meterlos en problemas.
Sin embargo, la realidad es otra. Parece que al ser humano en general, le gusta meterse donde no debe y expresar de los demás lo que no le importa. A cada uno debe importarle su vida. Obviamente hay que tener una mentalidad dialógica para estar en comunicación con los demás, pero el contenido de ese diálogo debería de servir para que los demás crezcan y sean mejores.
En todas partes hay personas que viven más pendientes de los demás que de sí mismos. A estos tales hay que recordarles que su responsabilidad es con ellos mismos, y que no metan su nariz dónde no deben. Deben estar más pendientes de sí mismos que de la vida de los otros.
La vida es muy simple. No permita que los mediocres se la compliquen. No permita que una o varias personas le conviertan en alguien que no es. Usted tiene que ser el que es en todas partes. El papel de actor o actriz es para protagonistas de novelas. Pero su vida no es una novela. Su vida es un regalo que Dios le ha dado, y, por lo tanto, debe sacarle provecho, asumiéndola con responsabilidad y creatividad.
Es común escuchar a la gente quejarse de la vida: “estoy deprimido, quiero quitarme la vida, ya no soporto a la familia que tengo; no sé qué me pasa, pero me siento molesto conmigo mismo, etc.”. Estas frases reflejan la inmadurez y mediocridad con la que se asume la vida.
No estoy diciendo que vivir implique ausencia de problemas. Lo que quiero decir es que son esos problemas los que enriquecen y le dan sentido a la vida misma. No es justo quererse quitar la vida, sólo porque tengo problemas con mi pareja o con algún miembro de mi familia.
El poeta y filósofo estadounidense Henry Throreau (1817-1862), autor de la Desobediencia Civil, escribió: “no quería vivir lo que no era vida ni quería practicar la renuncia, a menos que fuese necesario. Quería vivir profundamente y extraer toda la médula a la vida, vivir de una forma tan intensa que pudiese prescindir de todo lo que no era vida”. Hay que extraerle lo mejor a esta vida humana. Somos seres finitos, y tarde o temprano dejaremos un vacío en este mundo. Entonces, viva con intensidad, con alegría y entusiasmo. Porque la vida es felicidad, es autorrealización. La vida es experimentar en carne propia el dolor y el sufrimiento. Vivir implica experimentar la muerte de un ser querido; vivir es ser víctima, muchas veces, de la maldad y resentimiento de algunos. Vivir es tener el coraje para salir del charco de agua sucia y ser libre de esclavitudes personales y de las ideas de los otros. La vida es un reto diario. Cada día nos trae buenos sabores, y otros días, muchos sin sabores. Lo que tenemos que hacer es poner nuestra vida en las manos de Dios y confiar plenamente en Él. Si Dios me ha dado la vida, Él me dará la fortaleza que necesito para cargar con esas cruces que de pronto aparecen en el camino de la vida. Hay que confiar plenamente en Él, porque Dios es nuestro mejor soporte en las noches oscuras de la vida.
Dios es el motor principal de mi vida, me gustan los retos. Soy amigo de la verdad y enemigo de la hipocresía.