Estas formas nocivas de “arte” que atentan contra la cultura, y que de alguna manera buscan destruir las buenas formas sociales y artísticas, son facilitadas por el desinterés de las instituciones por la cultura misma, tal como señala el filósofo Nuccio Ordine (Peirano, 2013), al hablar de las consecuencias del utilitarismo cultural, donde “los políticos matan la cultura porque desprecian la cultura, pero también porque le tienen miedo”.
Estas formas grotescas de arte también son hijas del materialismo y el relativismo, y de una época en la que todo responde al “espectáculo”, como dice Mario Vargas Llosa en su obra La civilización del espectáculo (Vargas Llosa, 2012). Un concepto que no es nuevo, porque ya había sido criticado en 1999 por Julio Anguita González en su discurso antisistema, en el cual habla de una literatura de evasión; algo hacia lo que apunta el arte en la actualidad, al entretenimiento, a la burla, a la confrontación, pero no con uno mismo, sino con los demás, a plantear temas irrelevantes que al final se extienden en discusiones sin claridad de pensamiento y sin función de desarrollo individual y colectivo, al centrarse en el objeto y no en el contenido.
Desde el punto de vista sociológico, objeto de análisis de Ortega y Gasset en La deshumanización del arte (Ortega y Gasset, 1925), en su análisis de las vanguardias, a las que consideró un nuevo arte centrado en la estética y que en consecuencia deshumanizaba el arte, lo cual desde su punto de vista era positivo porque promovía un arte de las minorías, contrario a lo popular, terminó siendo hoy todo lo contrario, al encontrarse con un arte no solo para las masas y de su estilo, sino surgido de la irracionalidad de creer que al observar detenidamente lo cotidiano se puede hallar la materialización de la belleza a través de un “complejo ejercicio mental”.
Los extremos de estas mal llamadas formas de arte son la vulgaridad y lo grotesco, representadas en “obras” como Caja de zapatos vacía(Sanguino, 2015), nombre bajo el cual ni siquiera es necesaria una interpretación. O en la literatura obscena y vulgar de muchos escritores que, creyendo que al representarlos y representar su cultura, no escatiman esfuerzos en ser impúdicos en su expresión, lo cual en realidad no requiere de esfuerzo alguno.
Por ello, ante la falta de formación y capacidad para valorar la calidad artística, cualquiera es un buen crítico. Y ante la falta de desarrollo de la sensibilidad por apreciar lo bello, todo es arte.
Es razón esta de la existencia de un canon ideal y uno popular, el segundo de estos responde principalmente a la sobrehumanización de la oferta artística, tendiente al entretenimiento y a la extravagancia de personajes, que son capaces de pagar por ridículas “obras de arte”, lo cual desvaloriza el canon ideal y el esfuerzo de los artistas por crear verdaderas obras de arte.
Finalmente, esto también es una consecuencia de la facilitación de los canales de expresión, propiciada por el acelerado crecimiento de los medios digitales de comunicación, lo cual es un importante instrumento para la exposición de ideas y el desarrollo de la democracia, pero para lo cual también hay que estar preparados, de lo contrario se reforzaría la teoría de Umberto Eco, de que las redes sociales le dan voz “a una legión de idiotas”, algo que ya había advertido Albert Einstein.
Todo este panorama, sin embargo, no debe hacer que nos perdamos creyendo que todo lo que de arte se produce en la actualidad es grotesco; por el contrario, la intención es presentar las bases para el análisis y valoración artísticos. Es por ello que para considerar una obra como artística, debe trascender en dos sentidos, en lo estético, un concepto no necesariamente elitista, sino más bien sublime, que cause un efecto tanto en las cogniciones como en las emociones; y en el proceso creativo y de realización, que constituya un verdadero trabajo del autor, a través del dominio de las técnicas, para generar algo que represente la elevación de la habilidad humana.
Ya que si continuamos en el rumbo de valorar lo absurdo, vulgar y cotidiano, nos quedan dos posibilidades, o todos pasaremos a ser artistas, y en consecuencia se desvirtuará el concepto; o todos dejaríamos de serlo, lo que acabaría con el arte al confinarlo a la cotidianidad.