El diminuto término arte, limitado a cuatro caracteres, encierra una casi ilimitada posibilidad de manifestaciones, pero su esencia ha estado ligada siempre a dos aspectos, la acción de crear, es decir, la obra, que es su representación material, existente y por ende objeto de apreciación; y su carácter estético, que es la base del concepto: la belleza. Es por ello que algunos consideran que puede existir arte en todo, mediante la desarrollada habilidad para poder crear o producir algo que supere la normalidad por su belleza. Cierto es que este otro nuevo término “belleza”, puede, bajo una idea relativista, ser objeto de múltiples interpretaciones, con base en la premisa “la belleza es relativa”.
Esta idea es la que da el punto de partida a la hoy muy extendida tesis que la valoración de una obra depende de quien la valore; por ello, lo que para alguien es un absurdo, para otro puede ser arte, por la simple interpretación, de que según él, constituye una obra artística, lo cual no es precisamente válido, ya que dicho planteamiento carece de fundamento alguno.
Sin embargo, fuera de esa discusión, queda claro que el concepto de arte siempre está ligado a la belleza, y que no existe el primero sin la segunda; de aquí surgió la denominación de bellas artes, que se utilizó para designar a las formas más elevadas de expresión del ser humano.
Pero existe además otro componente fundamental, que radica en la acción creadora, condición del artista que no necesariamente depende de una formación formal o de la condición socioeconómica, sino más bien de su capacidad para despertar esa habilidad y acercarse con su obra a lo extraordinario; y para quienes defiendan que también puede haber arte en lo ordinario, es muy simple responder que hasta en ese caso debe existir un esfuerzo artístico, es decir, cómo hacer extraordinario lo ordinario. He aquí el sentido de la valoración y la apreciación, y que confirma que no todo es igual, ¿o acaso no existen atardeceres más espléndidos que otros?
Sin embargo, luego de que las corrientes modernistas, vanguardistas, posvarguandistas y posmodernistas, en ese deseo, cada cual y de manera progresiva, de romper con lo establecido, de crear algo distinto, movidos por las propias condiciones de las sociedades de su época, que han vivido el desarrollo tecnológico y propugnado una idea de libertad en todos los ámbitos, y también han desarrollado ese anhelo de ir en contra de las formas clásicas por considerarlas carentes de emoción, libertad, creatividad y referentes del elitismo. Esas tendencias del arte, que marcaron una nueva época en la cual cada quien podía crear su propio estilo, y que si bien es cierto permitió la aparición de extraordinarios artistas y obras, así mismo, ante la falta del establecimiento de criterios sobre la calidad artística, llevó el arte al borde del absurdo, haciendo cambiar el concepto hasta un extremo subjetivista.
Justamente, el art nouveauo modernismo a finales del siglo XIX y principios del XX, pretendía de alguna manera la democratización del arte, concepto presente en la actualidad en casi todos los ámbitos, la democratización de la información, la democratización de la educación, de la cultura, de la democracia; pero que aún no se comprende y en consecuencia no se sabe aplicar. Bajo esa idea de democratización se ha promovido que todos podamos ser artistas, lo cual es válido, pero erróneamente se ha pensado que en consecuencia todo es arte; lo cual es equivocado, porque entonces pasaría a ser una manifestación anarquista y no democrática. Además, en esa idea de democratización no se ha pensado, que es más conveniente, antes que promover la producción artística, facilitar el acceso al arte y crear una cultura artística de calidad.