Por Boris Martínez
Plasmar sobre el legado de Miguel Ángel Asturias resulta una tarea tanto difícil, puesto que faltan las palabras para describir la grandeza y maestría usadas en sus textos».
Todos los días, los seres humanos estamos expuestos a textos de todo tipo, que muchas veces pasan desapercibidos, sin embargo, para los que disfrutamos el placer de la lectura, muchas veces la hacemos de críticos y descubrimos la magia que pueden provocar las letras en nuestra vida.
La lectura tiene la virtud de transportarnos a otras dimensiones, de llevarnos a vivir distintas épocas, de permitirnos conocer diversas culturas; en fin, es un universo ilimitado que tenemos a nuestra disposición cuando decidimos amar la lectura.
Miguel Ángel Asturias es un ícono guatemalteco a nivel mundial, al haber escrito obras maestras que a la fecha son muy cotizadas en el mundo de la literatura y, al haber sido merecedor de varios premios, entre los que sobresale el premio Nobel de Literatura 1967.
Asturias tuvo la virtud –según varios críticos– de lograr describir de manera magistral la vida de las familias rurales indígenas, luego de que por motivos familiares tuvo que mudarse a Salamá, donde empieza su contacto con la población indígena, situación que tuvo gran influencia en su obra.
El libro Las manos de la abuela, de Ana María Pedroni (Q.E.P.D), escritora, semióloga, periodista argentina hace mención a la obra de Miguel Ángel Asturias, y, confieso que me impactó tanto la referencia que hasta el título de este artículo fue inspirado en el capítulo del mencionado libro.
Según el relato de Pedroni, en la Argentina, cuando ella tenía 12 años, como parte de una tarea que consistía en hablar de escritores de América y por azares del destino en el sorteo le correspondió GUATEMALA, luego de la investigación y la preparación del caso, coincide con las obras de Miguel Ángel Asturias.
“El texto de Asturias describía los volcanes de mangos, pitahayas, jocotes, nances, chicos, zapotes, mameyes, caimitos, plátanos, bananos de diferentes especies, piñas, anonas, melones, sandías… y toda esa algarabía de frutos… brotaban de mis labios todos esos nombres extraños, podía imaginar y sentir el olor penetrante de los frutos tropicales y hasta experimentar su textura; tal era la maestría con que había sido escrito” (Pedroni: pags 62-63).
Con el paso de los años, según comenta Pedroni, se traslada a vivir a Guatemala –lugar donde muere– y al pisar suelo guatemalteco dijo “yo estuve aquí” ante la admiración de sus acompañantes, comenzó a narrar lo que percibía, pero con las palabras de Asturias.
Esa es la magia de los textos, Asturias fue dueño de una gran capacidad descriptiva, misma que mantiene vigente sus obras. Hoy tenemos el privilegio de disfrutar lecturas que como guatemaltecos nos hacen sentir orgullo y a los extranjeros les hace sentir la necesidad de conocer este bendito país. Todo esto sucede gracias a la fuerza persuasiva y arrebatadora que tiene un mensaje bellamente elaborado.